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Es difícil encontrar un parche de amigos colombianos, un colegio, una oficina, donde no haya un tipo al que le digan “ el gordo”, o “el flaco” o “el costeño, o “el paisa”. Y es que los apodos son tan colombianos como pedir que nos guarden el turno en una fila o como llevarle masa de arepas y una libra de café al familiar que vive afuera. Los apodos nacen del cariño, del saber que más allá del nombre y las paletas que se coma, hay un niño de barrio que comparte nuestros juegos y cuyo nombre olvidaremos con el paso de los años, pero cuyo mote activará nuestra memoria aún a pesar de la calva y la barriga.

Una zona intermedia pueden ser los sobrenombres o remoquetes que los narradores, en un arrebato de imaginación y tontería, les ponen a nuestros deportistas: Tigre, Aristigol, Memuerde, Nairoman, Chavito, Manimal, Tren, Coroncoro, Chicho, Cantinas, el Rey, Bolillo, Barrabás, Mariscal, Barbie, Pambelé, Patrón, Maravilla, Tumaco, por nombrar solamente algunos y no atormentarles la mañana. Los alias en cambio surgen de las mañas y los miedos porque nada bueno puede salir de un tipo al que llamen “Sangre Negra” o “Vaca muerta”. ¿Quién, al que le digan “John Calzones”, puede tener una vida tranquila y sosegada?¿ Puede una persona al que le digan “Carecuchillo” , tener buenos modales? ¿Puede un tipo al que denominan “ Gargajo” ser un hombre de bien?

Sin embargo, pasar de los apodos infantiles a los alias de los estrados judiciales puede ser muy fácil. Basta un comentario de un policía bachiller o de un fiscal envainado o un titular de periódico de barrio para pasar de ser un gordo bueno a un traficante indeseado. En el caso específico del atentado al Centro Andino ha ocurrido un fenómeno muy particular.

Yo no sé si las personas capturadas participaron en el hecho o no, si son buenas personas o no. Nuestras leyes dicen que deberíamos presumirlos inocentes hasta que no sean vencidos en un juicio. Lo curioso del caso, es que los reporteros judiciales, tan, pero taaaan conectados con sus fuentes no se refieren a ellos por sus nombres sino por sus alias (por sus supuestos sobrenombres de combate) lo que de alguna manera los condena. A una señora que se llama Violeta Arango, la denominan alias «Violeta”. La obviedad salta a la vista. Si la bautizaron Violeta, la gente la llamará Violeta y eso no es un alias. A otro que se llama Iván Ramírez, le dicen alias «Talibán» y para cualquiera que se haya tomado una cerveza en la época de Osama Bin Laden sabrá que ese fue un chiste malo y muy de moda al asociar a los llamados con ese nombre y denominarlos como un “tal…Iván”. A otra le dicen la “Mestiza” y los investigadores han dicho que era propietaria de una tienda llamada de esa forma y a otra abogada le dicen “la Japonesa” y al verla en una foto es evidente el por qué del sobrenombre. Igual sucede con Alias El Calvo y con Alias Barbas, a quien curiosamente acusan de no tener antecedentes “ lo que le permitiría moverse libremente en las universidades públicas y privadas”. Tamaño despropósito, porque esa condición aplicaría para el 99.9% de colombianos.

Y como todo hay que decirlo, el uso de los alias también tiene cierto tufillo de clase. No recuerdo que a Ernesto Samper en la época del proceso 8000 le dijeran alias “El Bojote” que era como lo llamaban en la casa, ni que a ninguno de los condenados por el caso de Interbolsa, le pusieran remoquete alguno, ni a los Moreno, ni a Noguera, ni a ningún otro condenado por parapolítica o por robo. No. Ellos siguen siendo gentecita bien y Julito y Arismendi en la mañana los tratan de “doctores”. En nuestro país, un alias en la antesala a la condena porque así después los declaren inocentes, la mancha siempre queda.

Como digo, no sé si esas personas son culpables y como no las conozco no metería las manos en el fuego por ninguno. Lo que pienso y digo, es que tratarlos como delincuentes sin que ninguna autoridad los haya condenado, es por lo menos un abuso. Qué tal que alias Talibán o alias la Japonesa resulten inocentes. No sería la primera vez que las autoridades la hayan embarrado como en el caso de Hubiz Jazbún en el magnicidio de Luis Carlos Galán o Sigifredo López. ¿Habrá alguno de estos acuciosos reporteros judiciales encargado de redactar alguna nota de disculpa para decir que Violeta no era un alias sino el nombre de una tía? Como dicen en mi barrio, ¡Dúdolo mucho!

 

Nota: A lo largo de mi vida me han dicho Mao, Mau, Mauro, Mauri, Mai, Maburicio, Malievan y en mis épocas de profesor universitario y jugador de fútbol me decían Flaco hp

 

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