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A Juanita y a Manuela…

Ser papá nunca ha sido una tarea fácil. Sin embargo, en estos tiempos, tener un hijo o una hija, se ha convertido en una operación casi, casi, de titanes.

Los que no los tienen, porque no pueden o porque no quieren, terminan por creer que nosotros los padres de hoy, nos quejamos más de la cuenta, sufrimos por sucesos sin sentido, nos angustiamos por cosas que no debemos, nos afligimos por tonterías, nos amargamos por majaderías y en general, que somos los reyes del drama. Y con seguridad tienen razón. Pero así somos y así nos moriremos.

Muchos creen que nos complicamos la vida sin razón y sufrimos por los hijos sin motivo

Nuestros padres sobrellevaban sus angustias de otro modo, pero pues esto no se trata de ellos, sino de un pequeño desahogo de los que tenemos hijos más allá de la adultez temprana. Somos de esa generación, que alcanzó a agarrarse con las uñas del último vagón de la tecnología, que aun somos capaces de estar en alguna red social sin hacer el ridículo, que practicamos algún deporte sin pasar por la vergüenza de desmayarnos en la ciclovía, que nos gusta el fútbol, el sexo, Netflix, comer saludable, llorar de vez en cuando, que aún tenemos sueños y que nos sentimos con la fuerza suficiente para emprender nuevos proyectos y por eso preferimos sentirnos vintage que sentirnos viejos.

Sufrimos porque los hijos no nos llaman, porque no entendemos que nos aman más pero tal vez con menos frecuencia, porque se van a hacer su vida sin siquiera preguntarnos, porque para ellos el cariño es un corazoncito en el whatsapp, porque no se acuerdan de las fechas importantes, porque no les interesan nuestras cosas, porque poco les afecta la situación del país o del mundo en general, porque toman más de la cuenta, porque a veces nos sorprenden con un amiga o un amigo andando casi en bola por nuestro apartamento cuando nosotros apenas estamos preparándonos un tinto, porque a pesar de no ser unos ancianos, para ellos somos unos dinosaurios, porque aunque sepamos que en el fondo nos quieren (y a veces nos quieren en el fondo, que suena parecido pero no es lo mismo), la verdad verdadera es que poco y nada contamos para ellos por la sencilla razón que son autónomos y han crecido, que paradójicamente es para lo que los hemos preparado.

Hemos preparado a nuestros hijos para ser autónomos,pero sufrimos cuando toman sus propias decisiones

Por más mente abierta que tengamos, no terminamos por digerir sus posiciones políticas, su ideología de género, su postura ante Dios y ante la iglesia, ante el poder y ante la autoridad, sus sueños inestables y variables, sus tatuajes y sus piercings, pero en el fondo , lo que no soportamos es que ya no los podemos controlar y decidir por ellos qué creer, qué hacer y a dónde ir.

Aunque algunas veces nos sintamos desilusionados porque quisiéramos un poco más de cariño y de atención, entregaríamos gustosos un pulmón si a ellos les faltara el aire, los pies para que no se cansen y la vida misma, si se llegaran a aburrir con la que tienen.

Por eso, no nos queda más remedio que crecer y madurar, aprender a verlos de una manera diferente, aceptar que nuestros niños ya no son niños, que son dueños de sus propias decisiones, que se equivocarán y caerán pero que con seguridad se levantarán sin pena para seguir adelante y que a nosotros no nos queda más que llorar en silencio cuando alguno se nos va, esperando que algún día vuelvan a quejarse con nosotros porque nuestros nietos no los llaman.

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