Los animales andan sueltos. El individualismo camina exacerbado. El egoísmo circula desprolijo y vivimos presos en nuestra misma mismidad. La frivolidad y la bobada parecen ser el sello que marca nuestros tiempos y confundimos la banalidad con los bananos.
Vivimos tiempos difíciles, ¿quién lo duda? Y sin embargo pareciera que no nos damos cuenta, porque en esta era posmoderna, donde todo es relativo y la verdad es cuestión de perspectiva, vamos todos a bordo de un barco a la deriva, inestable, frágil, inseguro, eventual y transitorio, o como mejor lo diría Bauman, líquido. Y eso, que no es ni bueno, ni malo, simplemente es, impregna todos nuestros actos.
Vamos todos a bordo de un barco a la deriva, que no sabemos quién comanda
Son otros los ritmos, otros los sonidos, diferentes los acentos. Las melodías han cambiado. En esta sociedad del espectáculo, todo es marketing y por eso el carácter y la personalidad han sido reemplazados por la marca personal. La imagen es privilegio que nos permite una construcción artificial de la propia realidad. Lo que dicen los medios y las redes pesa más que la experiencia viva, como cuando los viejos vintage de hoy íbamos al estadio con un radio pegado de la oreja para escuchar al narrador gritar un gol que estábamos viendo en ese instante. Por eso preferimos el whatsapp a los abrazos y los memes a las bromas simples y sencillas, los likes y los emoticones a compartir una gaseosa con boronas. Hoy conocemos más gente que antes pero tenemos menos relaciones. Se nos olvido chiflar para avisarle a los amigos que los estábamos esperando y los recordatorios celulares son la única manera de acordarnos que nuestros padres cumplen años
La soledad y el individualismo son la cueva que nos salva de los abrazos que no damos, de las palabras que no somos capaces de decir, del dolor que no nos atrevemos a sentir, de los miedos que nos aprietan la garganta y que ahogamos con un simple bloqueo en la lista de contactos. Las mascotas han dejado de ser los perros de la cuadra para convertirlos en modelitos de Instagram, que cagan y orinan sin olor,que no se ensucian las patas porque les ponen zapaticos, que no le ladran al cartero por el hecho irreversible que los carteros ya no existen porque ya nadie escribe cartas. Y eso para no hablar de los gatos, que de a pocos terminarán reemplazando a los hijos y a las parejas, porque se saben solos y no botan ni una lágrima, porque no necesitan de nadie, más allá de aquel que les provea la comida, porque hacen lo que les da la gana y por encima de todo, porque no joden y cuando joden, poco joden.
Las mascotas han dejado de ser los perros de la cuadra para convertirlos en modelitos de Instagram
Estamos infoxicados hasta el cuello porque los datos nos brotan en la licuadora y en los hornos microondas. Sabemos de todo y no sabemos nada porque somos mar de orilla, poco profundos, llenos de algas, basura y plástico que nunca se degrada. La ética fue reemplazada por la estética porque es la única forma de sobrellevar esta cultura del empaque donde nada se arregla ya que todo se reemplaza. Los influenciadores arrasan en las redes, exhibiendo sus cuerpos y hablando fruslerías y por eso los seres influyentes parecen ser hoy piezas de museo, que nadie quiere ya escuchar.
Vivimos tiempos difíciles, sobre todo, porque no logramos distinguir ni el espasmo, ni mucho menos la bobada.
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