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Hannah Arendt fue una filósofa, teórica política alemana y una de las personalidades intelectuales más influyentes del siglo pasado. En uno de sus libros llamado Eichmann en Jerusalén, acuñó el término la banalidad del mal para describir los actos de Adolfo Eichmann -criminal de guerra nazi- que para ella no eran disculpables, ni él inocente, y que no fueron realizados porque estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. En pocas palabras, por lambón.

A Uribe lo han acusado de todo, pero no lo han condenado por nada. Pero tampoco lo contrario.

A tiempos de hoy, podría aplicarse de alguna manera a lo que pasa en Colombia con la situación de Álvaro Uribe, al que han acusado prácticamente de todo, pero la verdad es que nada le han probado, bien porque es inocente o bien porque es un genio que pocas huellas deja de lo hecho. Lo único cierto es que muchos de sus colaboradores más cercanos pagan y han pagado años en la cárcel, no propiamente por su buen comportamiento, y en términos de uribismo duro y puro: no porque estuvieran recogiendo café.

En términos prácticos, a Uribe no lo han condenado, pero tampoco es que esté en un proceso de canonización. Todo se reduce a actos de fe, de un lado y del otro y todos estamos en nuestro derecho de creer en lo que nos dé la gana.

Los problemas que tenemos nos superan ampliamente y eso está por fuera de toda duda. Sin embargo, los funcionarios parecen no haberse dado cuenta.

Lo que sí da grima y rabia es ver a funcionarios del gobierno, empezando por el Presidente, salir en su defensa, cerrera y montaraz, llorando histéricos, gimiendo compungidos y mirando a lontananza, sin entender que ellos gobiernan para todos, para unos y para otros, para los que quieren a Uribe, pero también para los que lo odian, y también sin entender que los problemas que tenemos nos superan evidentemente. No se les pasa por la cabeza que de alguna manera deben ser el fiel de la balanza y no el peso que la inclina. Uno puede ser lambón y arrodillado, pero no tanto como para que se le note…

Guste o no, hay vida después de Uribe y por más ínfulas de mesías que tenga aún no está claro que sea inmortal. Que el país es mucho más importante que cualquier político es algo obvio. Como Zacarías, el protagonista del Otoño del Patriarca, Uribe terminará por olvidar hasta su edad. Mientras tanto, tal vez es momento de entender que la mitad de nuestros problemas suceden por nuestra tendencia hacia la trampa. La otra mitad, es por ser lambones. Como Eichmann.

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