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En mi familia suelen pasar hechos muy particulares. De la mayoría de cosas que escucho que han pasado no tengo memoria o por lo menos no tengo la misma versión que tienen mis hermanos. Yo mantengo varias teorías: una, que efectivamente fui un niño recogido como me decían ellos hasta hacerme llorar. Otra, que desde chiquito yo era una vago callejero que solo respondía a los impulsos de mi edad y cuyo resultado salta a la vista en mis acciones de gamín reeducado de hoy en día. Y la tercera, es que esas cosas que pasaron nunca pasaron y no son más que versiones repetidas a través de la tradición oral de los almuerzos de domingo, que todos aceptamos como ciertas. Mitos urbanos, que llaman.

Sin embargo, eso que pasa en mi familia es a la larga lo mismo que pasa con la vida. Dicen, por ejemplo, que la historia la construyen los que ganan. Y es cierto. Los que pierden terminan por aceptar lo que les dicen que pasó. ¿Qué tal, por ejemplo, que la historia de América Latina nos la hubieran contado desde la playa y no desde los barcos? ¿O que el cuento de la Segunda Guerra Mundial nos lo hubiera recitado Hirohito y no Churchill o Roosevelt?

La historia la cuentan los que ganan, que son los que se apropian del relato.

En Colombia, para no ir tan lejos, el uribismo puro se ha hecho con puños y patadas al control del Centro Nacional de Memoria Histórica, no como un fortín burocrático – que también- sino porque de alguna manera se hacen dueños de la narrativa y el relato del conflicto, que les interesa mucho más que tres o cuatro puestos. De alguna manera, el que se apodera de la verborrea del relato se hace dueño de los hechos, que los otros, por pereza, por ingenuidad o por desidia, terminarán aceptando como cierto.

Chimamanda Ngozi Adichie es una escritora, novelista y dramaturga feminista nigeriana, a la que muchos en el mundo la reconocen porque ha hablado de lo que ella denominó “ el peligro de las versiones únicas”, que no es más que la tendencia universal a creernos un solo relato y hacerlo verdad de tanto repetirlo.

Los recuerdos son versiones de lo que queremos perpetuar.

En realidad yo creo que los recuerdos no son más que fugaces versiones de lo que queremos perpetuar. Los seres humanos vamos construyendo nuestra historia a partir de los recuerdos, como decía García Márquez para quien “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Potenciamos o bloqueamos las memorias de acuerdo con nuestros miedos o nuestras alegrías, de acuerdo con nuestras fantasías o nuestras alucinaciones, de acuerdo con nuestras riquezas o nuestras poquedades. Igual pasa con nuestros presentes que terminan siendo tan solo exégesis subjetivas de hechos objetivos.

Mis hermanos aún me siguen matoneando cuando pongo en duda algún recuerdo en el chat familiar que sostenemos con desgano. No sé en realidad si yo tenga la razón o tal vez si fui un niño recogido. Lo único cierto es que hoy me siento un poco gamincito readaptado…

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