Me gustan los 9 de febrero tanto como me gustan los 19 de marzo, es decir, tanto como me gustan los demás días. Y es que aunque hace muchos años estudié periodismo, no me siento como tal porque creo firmemente que periodistas son los que caminan y se embarran. Los demás somos tías chismosas. O blogueros. O tuiteros.
Sin embargo, hay que reconocerlo. Los tiempos del oscurantismo han pasado. La profesión que muchos antes trataban como una cortesana de la literatura ha cogido vuelo propio y se ha encaramado a alturas que inclusive muchas veces obnubila.
De ser mirados como parias, los periodistas hemos tomado un cariz de importancia social, que nos sitúa al lado de obispos y ministros. Inclusive, hoy muchas madres sueñan con que sus hijas o con sus hijos estudien periodismo o comunicación, tal y como años atrás, lo hacían cuando sus hijos decían querer ser curas, médicos o grumetes de la armada.
Pero todo hay que decirlo. Nos hemos comido el cuento y estamos borrachos de poder.Pedimos renuncias, descalificamos técnicos, organizamos campañas, lanzamos formas de hacer y de ser, proyectamos teorías, especulamos futuro, en fin, la profesión nos da para todo.Gracias a Wikipedia, sabemos de todo y opinamos de lo divino y lo humano. Sabemos de fútbol. Sabemos de política, sabemos de música, sabemos de moda, sabemos de economía, sabemos de televisión, sabemos de tecnología, como si la profesión negara el derecho a desconocer algo en esta vida y nos condenara en forma vitalicia a posar de sabihondos. Igual, tampoco nos da derechos especiales. No necesariamente se puede uno colar a todo y además con patos. El trabajar en un medio no es la carta de invitación a cuanto cóctel haya, ni da derecho a no pagar las entradas a cine o a fútbol, ni a que le rebajen la cuenta en los restaurantes, ni a que lo dejen entrar con cuatro amigos a la sala VIP de Avianca.
Por eso hoy, 9 de febrero,como también los 19 de marzo, podemos sentarnos a pensar que en medio de tanta banalidad, nos estamos extraviando….
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