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Como en Rusia 2018, en la Copa América no gana el que más historia o figuras tiene, sino el que usa bien sus cartas y arma un juego colectivo con ellas.

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Si bien la Copa América tiene siempre un aire de nuevo ciclo, nos hemos topado en Brasil partidos reñidos y sorpresas, como sucedió en el último Mundial. La globalización del deporte y el desarrollo de estrategias son hoy claves para analizar la Copa. Cada vez importa menos el escudo, la historia o talento nato y cada vez importa más el planteamiento, la disciplina y la actitud.

Aumenta la cantidad de equipos capaces de plantar cara y complicar los partidos. Hace 20 años nadie hubiera imaginado que Venezuela le sacaría un empate a Brasil y lo pondría en jaque, así como pocos hubieran imaginado a Catar con una defensa capaz de complicar a una figura del fútbol italiano como Duván Zapata. Mientras las grandes selecciones como Brasil, Argentina o Uruguay pasan por épocas buenas y malas, los otros países crecen en su juego y nivelan la balanza. Ocurrió en el Mundial con equipos como Rusia, Suecia, Bélgica y la subcampeona Croacia, que sin mucha historia mostraron un juego de valía. Pasan los años y se suman los equipos de nivel profesional con herramientas suficiente para competirle a cualquiera.

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El fútbol cada vez es más exigente a nivel colectivo. Si antes tener un jugador como Ronaldo, Pelé o Diego Maradona casi que garantizaba jugar la final de un Mundial, hoy eso no basta. Casi todos los partidos son complicados y no siempre basta con tener al mejor del mundo en cancha. Lo sabe Argentina, que contra Paraguay y Colombia demostró no tener una idea clara de juego (como en el Mundial) y depende de una inspiración de Lionel Messi, que mira a su alrededor solo para ver desorden y pocas ideas en sus compañeros y un rival demasiado organizado como para sortearlo él solo. Ahora hay estrategias muy complicadas que, para ser destruidas, necesitan otras de la misma calidad. Las grandes figuras como Messi son cartas fuertes, pero sin una estrategia que les de potencia noinclinan la balanza.

¿A qué nos lleva esto? A que esta Copa no será un camino de rosas para nadie, así como tampoco lo fue el Mundial. Debemos analizar los partidos conforme a la fuerza e integridad grupal de cada equipo, a su capacidad para adaptarse a la idea del rival y a cómo los entrenadores juegan sus cartas. Ya no se gana con el escudo. La histórica Argentina no es candidata a la Copa América, por mucho que le duela al albiceleste más orgulloso. Brasil, que sí lo es, se está frustrando en el camino porque su hinchada le pide ganar por ser Brasil y no por el buen nivel que tiene hoy el conjunto. Uruguay, con un gran equipo, empató contra una versión juvenil de Japón. Colombia y Chile, las de mejor rendimiento, se perfilan como aspirantes, pero un mal partido a nivel grupal las puede sacar. Este deporte es un juego de ajedrez con humanos. Ya no importa el color de las fichas, sino que la reina tenga alfiles, caballos, torres y hasta peones.

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