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Han pasado 6 meses y ya no me asustan las carreteras, los puentes, los centros comerciales ni las calles oscuras. He aprendido a coger el mejor asiento en el Transmilenio, a ubicarme en una buseta, tomar guaro, bailar salsa (más o menos), y cantar reggaetón. Ya puedo expresarme en jerga rola, diferenciar entre los paisas y los ‘cojteños’, presentar las noticias del puntocom, y hasta a ubicar los tamales más ricos. Hoy tengo que despedirme de un trabajo que me ha enseñado mil lecciones, que me ha retado, me ha inspirado y me ha introducido a un mundo de gente pila, juiciosa, cautivadora, y festiva.

Entre las memorias hay unas que quiero compartir con ustedes… prepárense para disculparme por la cursilería que sigue…

 

Descubrí el paisaje salvaje (comparado al resto de Bogotá), el mapa 3D y los múltiples parques de juegos del Parque Nacional con mis roomies y mi primer amigo y saxofonista de 5 estrellas, David Cantoni.

Bailé con unos hippies de la Nacho durante el primer performance de Sistema Solar que vi y me sentí orgullosa de encontrarme con un amigo en la calle por primera vez después.

Recibí una introducción del lado alternativo de la música en Bogotá en Sofar Sounds– y me quemó por dentro el ritmo del clarinete de Manuel Pinzón y su Burning Caravan.

Vi el show increíble de una de mis heroínas, Concha Buika, en Jazz al Parque, y traté de traducir la letra de emoción para mis amigos de Bristol (¡shout out to Pete and Andy!)

Charlamos y discutimos sobre los ‘churros’, los ‘moja-cucos’ y lo cursi con unas chicas brillantes en Santa Marta antes de recorrer el río Palomino en La Guajira.

Aprendí en la vieja Cinemateca Distrital sobre la costa Pacífica, y que en Colombia el único evento al que no puedes llegar tarde es el cine.

Marché al lado de los colombianos exigiendo solidaridad y paz para este lindo país en un momento histórico y apasionado, sobre todo para los jóvenes. Viví la reunión de víctimas, indígenas y colombianos de todos lados, vestidos de blanco y trayendo flores a lo largo de la Séptima.

Bailé toda la noche con mis queridos parceros Satchel y Larry en el fortynine club el Halloween, luego reconoció el lugar de la farrea, entre otros puntos de referencia, en la cinta bogotana Las tetas de mi madre.

Recuerdo el día que mis compañeros de casa me avisaron que la rata del administrador había huido con mi cama, las neveras, la lavadora, la secadora, nuestra plata y el amado internet. Por lo menos teníamos la sandwichera y a nosotros mismos.

Recordaré los helados, el calor y la tierra caliente de Villa de Leyva y Barichara. En el primero, aprendí a jugar tejo y me asombró la Casa de Barro, en el segundo viví los aguaceros dramáticos y sentí el aire fresco de Santander.

En Medellín toqué los musgos del Parque Arví y bailé en la lluvia incesante de las Fiestas del Aguacero junto a familias enteras en Caldas.

Gracias a dios el único secuestro del que fui víctima fue por parte de mis lindas amigas que me raptaron por la noche para celebrar mi cumpleaños jugando tejo. ¡Hubo explosiones por dentro y en la cancha!

Me sentí fuerte y llena de emoción marchando con las mujeres en contra de la violencia de género, desde el planetario hacia la Plaza de Bolívar, viendo obras de arte que expresaban nuestra lucha y poder, tras el baile de niñas, el teatro físico de estudiantes y el arte de performance tan fuerte de las mujeres de la Casa Ensamble de Cali.

Gocé con todas las oportunidades de bailar con mi jefa tan loca (cuando Perla se va, ya no hay fiesta), especialmente una vez en su casa con sus gatos, los compañeros del trabajo, los temas clásicos y una botella de whisky.

Recuerdo mi introducción al rap bogotano en el Parque Nacional por el rey del hip hop, Santiago Cembrano, después de soltar nuestras emociones y probar nuestra paciencia viendo la cinta Anna.

La fiesta de redacción fue una noche resplandeciente con mis compañeros, bailé más que nunca con ellos y presencié una presentación de percusión que todavía no se me ha olvidado- antes de probar mi primero McDonald’s colombiano. (Guácala, fue tan asqueroso como cualquier otro)

Bailamos Disco mientras hablábamos sobre Popayán y el festival del diablo en Ríosucio con el ladrón de sonidos, Masilva y el dueño de mi nueva casa, Pacho.

Fui a la Mesa, Cundinamarca para parchar en una escuela enseñando un poco de inglés con unos niños bien carismáticos.

No puedo olvidar la belleza vibrante de la flor de piña que vi mientras recorrimos cultivos de aguacate, piña y limón ¡en un carro blindado! en Valle del Cauca con mi primo.

Con el precioso Daniel Liév, hablamos de amor e ilusión después de ver la decapitación de un puñado de pollos en la pantalla de Tonalá.

Pasamos una noche cantando y tomando vino entre las matas de mi patio con una amiga tan pila y carismática -la piña moderna de Medellín slaying con su propia revista, MAMBA.

No olvidaré los cientos de jugos, búsquedas de helado casero y horas de caminar y hablar con un pecesito muy especial, el Príncipe de Ibagué. No olvidaré la hospitalidad de su familia y nuestra caminata lluviosa por el exuberante Parque los Nevados.

*

Y tengo que agradecer a alguien con quien soñé la noche antes de que llegáramos a ser amigas, quien me escuchó cuando no podía hablar, que habló conmigo de las verdades de la vida hasta que el sol de la mañana nos forzó a dormir, que me introdujo a unas mujeres impresionantes y cariñosas, que me ayudó y me apoyó en todas mis misiones en El Tiempo, y quien hace que este blog tenga el sentido que quiero expresar, mi mejor amiga de todos los días acá en Colombia. Mi Mariquita Marcela.

 

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