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Me resultó difícil de creer lo que escuchaba. Toda mi vida viví engañado. Pensaba que en Colombia se tomaba el mejor café del mundo y sacaba pecho en otros países hablando de ello. Nada más lejos de la realidad.

Viajando por la geografía nacional me enteré de que aquí, en el país que detuvo su palpitar en 1994 con las borracheras y las canciones de la Gaviota, el café que se toma es algo menos que inmundo. Los colombianos de a pie, los que no tienen $20 mil pesos diarios para una libra de café decente, pasan sus arepas, sus pandebonos y sus buñuelos con un tinto hecho a base de basura.

Y mal haría en afirmarlo yo, que de café no tengo ni idea y que hasta que empecé a viajar siempre preferí los jugos y las bebidas frías. Me lo dijeron varios campesinos, de esos que con sus propias manos producen nuestra afamada bebida nacional.

Así, con  las mismas palabras y empuñando los frutos negros, secos y de pésima calidad que la Federación Nacional de Cafeteros les compra por toneladas para luego empacarlo en bolsas brillantes y acomodarlos en los estantes de los supermercados y las góndolas de las tiendas.

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“Mire usted, esto es un fruto bueno, de calidad premium”, me decía don Leo, un caficultor de las montañas de la cordillera quindiana, que tiene su finca a las afueras de municipio de Buenavista. Sostenía entre sus manos granos de café rojos como una cereza, redonditos, hinchados por sus virtudes de sabor, aroma y acidez.

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A la finca de Don Leo llegué como parte de mi viaje en carro desde Colombia hasta Alaska. “Hemos ganado primeros y segundos puestos en concursos y catas de cafés de alta calidad. El café de estas tierras es muy bueno. Pero producir estos granos tiene un costo muy alto y ninguna finca podría vivir solo de esto”, afirmó el campesino, y remató diciendo mientras agarraba granos entre negros y resecos: “aquí lo que más se produce es esto, la pasilla. Esta es la basura del café pero es lo que más se toma en el país”.

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Le ofrezco excusas si le hice escupir su tinto frente a la pantalla. También lo entiendo si, indignado con este apátrida que teclea en contra de la bebida del viejito del sombrero y su mula Conchita,  dejó de leer esta diatriba desde el primer párrafo.

Pero si le dio otro sorbo a su café y decidió seguir aquí, lo voy a ilustrar con algunas cifras para que no crea que estoy hablando pasilla; digo, basura.

En el mercado colombiano se venden, según Andrés Valencia, Gerente comercial de la Federación nacional de Cafeteros, 140 marcas diferentes de café.

Entre el 70 y el 80% de este café es importado. Proviene, en su mayoría, de Perú, Ecuador y Brasil, donde los insumos para producir una arroba del grano son hasta la mitad de baratos que en Colombia. Aun así, la pasilla colombiana –la basura del café- sigue siendo mejor que la importada.

En promedio, el consumidor de café en Colombia se toma entre dos y seis tazas diarias, siendo la altiplanicie cundiboyacense donde están los grandes tomadores de café en nuestro país, que se toman 3,4 tazas de café por día.

Hasta hace dos años, los colombianos se tomaban más o menos 1.250 millones de tazas de café al año y al cierre de 2013 el consumo fue de 1.350 millones de tazas. Lo que para la Federación es un orgullo y un logro de mostrar.

Entonces, el primer ejemplo que se me ocurre es que con el café colombiano pasa lo mismo que con el cine nacional: la gente consume basura por cantidades, acude masivamente a las salas y cada año una nueva pasilla audiovisual rompe algún récord de asistencia. Eso, mientras los filmes de calidad pasan desapercibidos o se quedan en los ojos del pequeño círculo de quienes saben apreciarlos; y sólo cuando traspasan nuestros límites arrasan en festivales y a las críticas les faltan palabras para bañarlos en elogios.

Es como si alguna Federación Nacional de Frutas decidiera empacar y mandar todas las delicias que brotan de nuestra tierra y nos pusieran a tomar al almuerzo las aguas frescas que vendía el Chavo del Ocho.

Sin embargo, campesinos como Don Leo y varios de sus vecinos que, dicho sea de paso, nunca habían probado su propio café Premium, están encontrando nuevas formas de producir y generar canales de comercialización para su producto: café orgánico de origen. (Eso se los cuento aquí, en MI VERDADERA EXPERIECIA CAFETERA EN LAS MONTAÑAS DE COLOMBIA).

Realidades como esta sólo las he encontrado viajando. Y es viajando donde me he encontrado también con extranjeros que vienen al país atraídos por el bombo mediático del supuesto mejor café suave del mundo y se han estrellado con la realidad del tinto basura hecho a base de pasilla o de granos que no crecen en nuestras tierras, y que no tiene más logro que ser una excusa para entablar una conversación o mantenernos despiertos.

Y tal vez viajando, cuando esté muy muy lejos de mi país, pueda probar el mejor café del mundo, el que crece en las montañas de Colombia y se va en barcos para ser servido en mesas ajenas. Tomémonos un tinto, seamos amigos.

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