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Las noticias de violencia contra los niños siguen apareciendo a diario y nos siguen importando un pepino, como lo escribió en su columna de hoy en El Tiempo Yolanda Reyes al referirse la niña a la que le estalló un balón bomba. La columnista señala un país en el que pasa inadvertida la muerte de una menor por jugar con una pelota que encuentra en la calle y le estalla no por accidente, sino porque alguien decidió que eso sucediera. Es aterrador que semejante hecho no sea motivo de mayor rechazo, de indignación, de atención por parte de los medios, de una solicitud de justicia en un país en el que esta nunca llega.

Cualquier bomba es motivo de rechazo, por supuesto, pero que además esta sea dejada allí para que las potenciales víctimas sean niños es realmente escalofriante.

Y para rematar, hoy amanecemos con la noticia de una niña que encontraron muerta en un apartamento de Chapinero de Bogotá, posiblemente abusada y asesinada por un hombre que llegó a una clínica solicitando atención por una sobredosis de cocaína y quien la habría secuestrado en la calle mientras ella jugaba, ante la impotencia de sus padres. En el momento de escribir esto, el presunto culpable está bajo custodia y los medios dicen que se trataría de un arquitecto de 38 años.

Ojalá reaccionemos como sociedad ante estos hechos como lo hacemos cuando un hombre ataca a un perro, o como cuando perdemos un partido de fútbol, o como cuando nos indignamos por el video de Esperanza Gómez desnuda y manoseada, porque al parecer hemos crecido creyendo que los menores de edad son eso, menores, y que no merecen el mayor cuidado por parte de quienes tiene la responsabilidad de dirigir el destino del país ni deben ser nuestra prioridad como ciudadanos. Por lo pronto el distrito convocó a una marcha pacífica hoy a las 6:00 de la tarde y se escuchan voces que piden que el caso de Chapinero no quede en la impunidad. ¿Podríamos hacer algo también por la niña del balón bomba que no vivía en Bogotá?

Tampoco atendemos a esas madres que llevan en el alma el dolor de un hijo muerto a manos de otros, y lo peor, de otros que jamás pagarán por sus atrocidades. Debatimos a más no poder cualquier tuit de Álvaro Uribe, pero nos negamos a mirar de frente el horror contra los indefensos, y mientras no seamos capaces de recuperar nuestra capacidad de indignación ante la muerte, el abuso y la tragedia no podremos superar la violencia que nos atraviesa como país, porque solo es posible dejar atrás los hechos a los que se les ponemos nombres y que asumimos como nuestra responsabilidad. No estamos matando a estos niños con nuestras manos, pero con nuestra indiferencia sí estamos haciendo posibles el abuso y la muerte de muchos más. 

 

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