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Estimados Presidentes Álvaro Uribe Vélez y Hugo Chávez Frías,

Sabemos que muy seguramente será imposible que reciban esta carta escrita por dos campesinos sin mucha importancia, pero hemos decidido unir nuestras voces colombiana y venezolana, que aunque ustedes de pronto no lo entiendan, en este caso, son una misma voz.

Somos conscientes de que nuestras necesidades pueden parecer, y hasta ser, insignificantes frente a lo importantes que son las decisiones que toma un país con base en otros motivos. Algo hemos oído de los problemas que tienen ustedes dos y de las diferencias que se han manifestado entre nuestros dos países; también algo nos ha llegado acerca de unas bases militares norteamericanas que se instalarán en Colombia y que no han sido bien recibidas por Venezuela…

¿Qué son estas bases? ¿Hemos hecho algo malo que ha desencadenado este problema y por eso ahora estamos pagando por él? De todo corazón queremos entender qué es lo que está sucediendo y pedirles perdón a nuestros países, que tanto amamos, si en algún momento hemos cometido errores que ahora nos están distanciando de esta manera y afectando tan dolorosamente nuestras vidas.

Como decíamos, sabemos que no somos nadie para ser oídos por dos presidentes de semejante importancia, y que nuestras necesidades pueden sonar ridículas a oídos de unas personas que tienen que manejar asuntos de tan alto nivel. Aun así, cada uno de nosotros dos, haciendo un gran esfuerzo para ser coherentes con base en nuestra poca educación, ha sacado fuerzas para escribir unas palabras que expresen nuestro propio dolor, así como el de nuestras familias, el de nuestros niños, el de nuestros vecinos y el de todos estos corazones que no han necesitado sentirse solo colombianos o solo venezolanos durante tantos años.

Somos dos campesinos sin mayor educación, tenemos solo lo necesario para vivir y trabajamos cada día legalmente para no perder las esperanzas y para tratar de que nuestros hijos puedan estudiar y así tener un futuro mejor. Lo único que nos separa a los dos es el río Táchira, que, gracias a unos puentes que teníamos hace muchos años, había dejado de ser un elemento de división para convertirse en uno que posibilitaba la unión no solo física, sino humana de nuestros pueblos…

Yo, «el colombiano», vivo en una pequeña vereda del pueblo de Ragonvalia, en el departamento de Norte de Santander, y hasta hace unos días mis tres niños iban diariamente a estudiar a la escuela en la localidad de Las Delicias, en el estado de Táchira, en Venezuela. Ahora que han derrumbado nuestros puentes por alguna razón que no logramos comprender, mis niños han tenido que perder valiosos días de esa educación que tanto esfuerzo hemos hecho su madre y yo para conseguirles.

Algunas veces, cuando el río no está muy crecido, yo trato de llevarlos atravesando esos pasos difíciles, con un nudo de temor por dentro porque sé que todo mi cuidado puede no ser suficiente ante la fuerza de las aguas del río que, en cualquier momento, puede arrasar con mis chiquitos y conmigo, destruyendo para siempre nuestros esfuerzos y la esperanza de un pueblo entero.

También me atrevo a contar la situación de mi hermano, que vive de los pocos pesos que le produce la venta de pimentón en Las Delicias, y que ahora siente que la vida le ha destruido en instantes esos hilos que lo unían con la supervivencia y la dignidad de tener con qué alimentarse cada día…

Yo, «el venezolano», vivo en Las Delicias y tengo a la mitad de mi familia en una vereda del pueblo de Ragonvalia, en el departamento de Norte de Santander, en Colombia. Allí viven mi esposa, mis hermanos, mis papás…Yo vivo a este lado con mis pequeñas hijas porque aquí tengo mi negocio y porque las niñas están muy pequeñas y es más fácil que vivan al lado de su escuela.

Hacemos el sacrificio de no vivir juntos para poder ganarnos la vida y para que nuestras hijas tengan la educación que tanto nos ha hecho falta a nosotros. Aunque no ha sido  fácil. Pero ahora, ahora no es que no sea fácil, sino que nos han dividido como familia. Mis niñas lloran todos los días porque no pueden ver a su mamá, yo tengo una hermana enferma a la que me cuesta mucho trabajo visitar…Cuando el río crece, es como si viviéramos en dos mundos diferentes en los que no existen ningún tipo de caminos de unión…

No queremos extendernos mucho ni quitarles más segundos de su valioso tiempo si, por un milagro de dios, llegaran a recibir esta carta y a leer estas palabras que han sido escritas desde el corazón, con el dolor de todo un pueblo que, por encima de ser colombiano o venezolano, está compuesto de seres humanos, seres que sienten hambre, frío, miedo, tristeza, soledad, y que solo buscan sobrevivir en familia, educar a sus hijos y trabajar en las tierras en las que mi dios decidió traerlos a este mundo.

Les pedimos ayuda. No nos abandonen. Tenemos miedo. Nos sentimos solos.

*Este es el link de un video del diario La Opinión, de Cúcuta (Colombia), que ilustra un poco la situación que viven los habitantes de la frontera entre Colombia y Venezuela.

http://www.laopinion.com.co/noticias/index.php?option=com_content&task=view&id=340262&Itemid=117

www.catalinafrancor.com/blog

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