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Después de la sucia campaña presidencial que vivimos los colombianos hace unos meses, esta mañana me quedé atónita frente a una expresión que me encontré en una red social. Una persona a la que sigo, una mujer a la que hasta ahora consideraba “dulce”, publicó una foto de ella misma, con la palabra paz escrita en dorso de la mano, el dedo en la posición que conocemos para decir “hijo de puta”, y una mirada de odio hacia muchos de los que estábamos viendo esa imagen. Las palabras que acompañaban su foto eran: “Mensaje para Juan Manuel Santos y sus votantes. ¡Les va a los que eligieron a un mentiroso, cobarde e incoherente!”

Llena de odio, nos decía hijos de puta a los que creemos en una forma muy distinta de llegar a la paz.

Un poco esperanzador fue que había algunos comentarios bajo la foto, uno de los cuales decía: “Que feo. No entiendo esa necesidad tan absurda de insultar al que piensa distinto. ¿Qué sigue? ¿Escoja el arma y diga el lugar? O ‘Le doy en la jeta marica’. Qué tristeza”.

Así mismo, este fin de semana oí con tristeza a una de las personas que más quiero y admiro en la vida –aunque cosas como esta vienen aporreando esa admiración que he sentido ante una mente lúcida y un gran corazón–, diciéndole con ironía, con esa voz y esa mirada venenosas, a otro incrédulo de la paz en medio de varios que nos aferramos a ella, tras la mención de una explosión que le hizo daño a la infraestructura de una empresa energética: “¡Es que estamos taaan cerca de la paz!”.

Tal cual lo describía Héctor Abad Faciolince hace algún tiempo, parece que hay quienes se alegran cuando ocurren actos atroces y lo gritan para que todo el mundo lo oiga, por el solo hecho de llevarse un punto y hacerle daño al adversario político.

¿De verdad vamos a permitir que se pudra de odio nuestra sociedad? A esos, a quienes no creen en esta oportunidad de la paz y gritan tan fuerte su repudio a los grupos armados ilegales, a esos que tanto les gusta la idea de “ganar la guerra”, a esos les digo que no la pierdan, que no se dejen vencer de la peor de las maneras: dejándose contagiar de la enfermedad mortal de los violentos.

* Pero, para terminar con algo más esperanzador, una anécdota del fin de semana: ayer por la mañana salí a correr con mi mamá. Cada una a su ritmo, recorre un mismo número de veces el tramo en el que nos hemos acostumbrado a hacer deporte juntas. Yo, por lo general, lo hago cinco veces.

–        ¿Cuántas llevas? –me preguntó ella cuando nos encontramos a medio camino

–        No me vas a creer, pero perdí la cuenta y no sé si voy en la cuarta o en la quinta –le dije cansada

–        A mí también me pasa –me dijo a modo de consuelo, sabiendo que, conociéndome, me tocaría asumir que llevaba solo cuatro.

Habiendo sacado fuerzas de donde no tenía para dar una vuelta que podría ser la quinta o la sexta, pero que yo tenía que correr con las fuerzas de una quinta que siempre he sido capaz de hacer, volví a encontrarme con mi mamá, que me dijo: “Esta es tu sexta”.

Y con una sonrisa de triunfo pensé en lo tontos que nos vuelven los límites que nos aprendemos de memoria.

Eso va también para la paz.

www.catalinafrancor.com

@catalinafrancor

 

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