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Fabián Salazar Guerrero. Director de la Fundación para el diálogo y la cooperación interreligiosa. INTERFE

 

Al caminar por las calles y en medio de los edificios residenciales, se notan cada día con mayor frecuencia los adornos propios de las celebraciones decembrinas. Los centros comerciales ya anuncian sus ofertas y los vendedores informales invaden el espacio público con toda clase de adornos; ésta situación hace reflexionar sobre el significado que van adquiriendo las fiestas de diciembre.

 

La celebración del nacimiento de Jesús, se impuso en sus orígenes en la misma fecha de celebración de una fiesta pagana en el Imperio Romano dedicado al sol; con este acto se pretendió suplir una creencia popular por otra dedicada a Jesús como nuevo sol. Ahora parece ser que la misma dinámica sucede con el mundo del comercio en la que una fiesta religiosa cristiana, se ve superpuesta por una fiesta de consumo en la que se impone la cultura extranjera, la compra de productos y el derroche de recursos.

 

Por otra parte se nota también un deseo de identificarse con  una imagen estereotipada de la Navidad, donde lo principal parecen ser los arreglos y adornos de moda, como si celebrar Navidad fuera un intento de copiar las imágenes vistas en películas.

 

En tiempo reciente, el papá Noel va desplazando las tradiciones propias del pesebre, imponiendo un rostro ajeno a las tradiciones de nuestros padres y abuelos. En poco tiempo esta aculturación llegará a ocultar las formas tradicionales de celebración en cuyo centro estaba la reunión familiar.

 

La lógica de “demuéstrame cuánto me amas comprándome cosas” hace presa fácil a los niños a causa de la propaganda desmedida en los medios de comunicación, lo que lleva a presionar a algunos padres con pesadas cargas de solicitudes de juguetes de moda. La presión es tanta para consumir que se convierte en un verdadero martirio de la economía familiar, ocasionando muchas veces situaciones de creciente endeudamiento.

 

La frustración de algunas familias por no poder cumplir las expectativas de sus hijos por el creciente empobrecimiento de la sociedad, crea el caldo de cultivo para los resentimientos. El asunto no se limita a dar limosna en estos días para calmar muestras “culpas sociales”; el compromiso es crear las condiciones más justas para que los actuales “peregrinos en Belén” encuentren techo, comida y seguridad.

 

En otro escenario el derroche de la energía eléctrica empleada en adornar las ciudades, sin desconocer su belleza, parece un despropósito social frente a tantos barrios y sectores que no tienen los servicios básicos. Qué valioso sería si en una Navidad decidiéramos alumbrar las casas de los marginados y no únicamente las avenidas principales de las ciudades.

 

La pregunta de base es, ¿cómo nos preparamos espiritualmente  para estas fechas?

 

– En primer lugar requerimos tiempo y silencio en medio de nuestras obligaciones para sentir y vivir la experiencia de un nuevo nacimiento de Cristo en el corazón y en nuestra sociedad, y esto muy seguramente no se consigue en medio del ruido de los almacenes y las calles llenas de luces.

 

-Se necesita tiempo para vivirlo en familia, pues no se puede compensar con regalos la dedicación y el cariño a los seres queridos.

 

-Practicar la solidaridad, y el compartir con los más necesitados, con el fin de ir construyendo con ellos una sociedad más justa. En el caso de optar por las compras sería conveniente apoyar la industria nacional y las artesanías.

 

-Oración que no debe limitarse a una novena. Promover un encuentro personal y comunitario con la experiencia de recibir en nosotros como pesebres vivos a un Jesús que optó por encarnarse en la humildad y la sencillez.

 

-Es primordial discernir desde una fe madura, el sentido profundo del núcleo de la natividad más allá de todo aquello que la propaganda o la moda nos imponga. El fundamento es el Amor y el desafío, es testimoniar a un Dios que nace en nuestros corazones para dar esperanza.

 

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