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Uno compara a Bucaramanga con el resto de ciudades y en realidad parece ser algo lindo. Los trancones no se toman más de media hora, tiene buen clima y de cierta forma se puede caminar sin el miedo a morir en un atraco en alguna esquina. Sin embargo tiene un gran tufo a pueblo, a infierno chico. Acá todos saben quién es quién y en cuál motel se acuestan. Para ciudad falta mucho, no solo se trata de tener Metrolínea y un par de bares elegantes en donde inflan los precios solo porque tienen televisores plasma en las paredes. Falta mucho.

Es el dilema de quien vive en Bucaramanga: trabajar y estudiar en un vividero parecido a un pueblo costero en el cual puede ir al supermercado en chanclas y pijama o enfrentarse a Bogotá con la depresión de la soledad, el clima y los precios que joden a cualquiera. La ciudad es bonita pero solo en fotos o como puente para llegar a San Gil, Barichara y el Cañón del Chicamocha -que es lo que vale la pena de Santander-. De resto cualquier turista que se quede más de dos días se da cuenta de que acá solo hay parques y chuzos para tomar cerveza. Pero es culpa de todos, es lo que da. La mayoría se queja de que no hay opciones culturales y cuando se presenta una obra en el Teatro Corfescu lloran porque cincuenta mil pesos les parece mucho por un show de dos horas. Así no se puede.

En los últimos años han construido varios centros comerciales echando cemento que da miedo. Acá los edificios crecen más rápido que el Zika y los parques turísticos manejan inversiones absurdas, pero va uno de compras al Cacique y no necesita más para conocer la ciudad. Hay de todo y no hay nada. Es una gran tienda de marcas y franquicias. Ir a La Birrería es lo mismo que sentarse en El Propio y así hay muchos lugares: caros y aburridos.

Por estos días dicen que lo único malo de Bucaramanga es que huele mal pero no estamos hablando de Mónaco. Es una ciudad del tercer mundo, rodeada de comunas, sin un teatro que valga la pena y un equipo de fútbol más bien mediocre. Hay gente que parquea en donde le da la gana, gobernantes relacionados con los paramilitares y restaurantes que cobran platos de comida como si los ofrecieran en el Oxo Tower Restaurant.

Además hablamos de un espacio pequeño. Inevitable cruzarse al jefe de la oficina en el cine o a la exnovia en la discoteca y eso desespera. Huir de las personas que nos rodean todos los días cuenta como terapia contra la depresión y es difícil salir de la rutina cuando en una ciudad se repiten tantas cosas. Uno aprende a querer a Bucaramanga porque no hay más, pero es exagerado decir que lo único que anda mal son los malos olores, nos falta mucho.

 

@jimenezpress

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