Le dije estúpidos, ignorantes, brutos, de doble moral y algunas otras cosas a todos los que no estaban de acuerdo con mi punto de vista sobre los acontecimientos que por estos días ocupan a todos los colombianos. Me dijeron que no tenía las suficientes “pelotas” por criticar a la fuerza pública sin nunca haber portado un uniforme, y también me devolvieron el estúpido, ignorante, bruto, de doble moral y muchas otras cosas.
Veo como las relaciones familiares, incluso las más cercanas, se deterioran profundamente por la diferencia de pensamiento, por el desacuerdo, por el punto de vista contrario. Muchos de nosotros tenemos familiares, amigos o personas cercanas que son miembros de la fuerza pública, y por estos días hemos delimitado dos bandos bien marcados y, al parecer, irreconciliables: los que están a favor del paro nacional y los que no, con todos los matices que caben en esa discusión.
Todo lo anterior tiene un común denominador que, a su vez, es un detonador: las redes sociales. Mucho se ha hablado acerca de no «satanizar» la tecnología y estoy de acuerdo, es una herramienta, pero está siendo muy mal usada. Las redes sociales elevan la discusión a niveles irracionales y radicaliza posturas.
Creo que es muy difícil ser apolítico como dicen ser algunos, porque independiente de la labor que se realice, siempre se tienen preferencias y se apoyan formas de entender la sociedad según su entorno y sus beneficios. Pero estoy seguro de que las publicaciones en redes sociales, al ser tan resumidas y certeras, al estar limitadas a no tener retroalimentación, análisis ni contexto, suelen desnaturalizar y radicalizar los puntos de vista.
Para dar un ejemplo, quiero que se imagine un hipotético encuentro de los senadores María Fernanda Cabal y Gustavo Petro, a juzgar únicamente por sus perfiles de Twitter. Yo me los imagino agarrando lo que encuentren a la mano para agredirse hasta acabarse. Pues mire lo curioso, hace unos días estuvo rondando en redes un vídeo de los dos en un momento hasta divertido, en algún pasillo del Congreso, asumo, en el que compartían bromas y risas sobre un tema del que los dos habían opinado contrariamente.
Escuché al periodista Hassan Nassar dando una entrevista radial al mismo tiempo con el actor Robinson Díaz, con posiciones totalmente distantes y cada uno expuso sus ideas y nada más relevante pasó. Y así con muchos otros actores del escenario público que tienen sus opiniones e ideales y que los expresan, pero que en la vida real su comportamiento y posturas no concuerdan con la hostilidad de sus publicaciones en redes sociales.
A nivel de nosotros los mortales sucede lo mismo. Usamos, por ejemplo, los estados de WhatsApp para manifestar nuestro punto de vista sobre lo que pasa y terminamos inmiscuidos en unas peleas tremendas. De nuevo las publicaciones maniatadas por su incapacidad de permitir retroalimentación hacen que el que piensa diferente se sienta atacado y responda con un estado peor de ofensivo, y todo se va tornando muy tenso y sin posibilidad de conciliación.
Sin querer insinuar que lo he hecho bien, porque me di cuenta de esto al estar metido en la misma pelea, me he permitido conversar de algunos puntos de vista distintos con algunas personas a través de esa red social. He podido evidenciar que el dolor por los muertos es igual de lado y lado, que posiblemente el que publicó que «el que marcha es un vago que quiere todo regalado», muy en el fondo está de acuerdo con la mayoría de razones del paro nacional. Y también he visto que el que publica que el Esmad es un montón de asesinos aprovechados de su poder, se le conmueve el corazón al ver a un Policía siendo agredido brutalmente por un grupo de enardecidos vándalos.
Estoy plenamente convencido de que si esas dos partes de la discusión, en principio tan distantes, se sientan a hablar de sus posiciones pero sin ganas de hacer que el otro cambie de pensar, sino que se da la oportunidad de escuchar también, si se da la oportunidad de creer que algo de lo que tenga para decir su opositor puede ser verdad y puede tener algo de sentido, si se deja por una vez en la vida de lado el prejuicio, la idea preconcebida, si por una vez no asume lo que no entiende como equivocado, que es la muestra más fehaciente de una profunda ignorancia; ahí, y solo ahí, se podrá encontrar que son más cosas las que nos unen que las que nos separan, se encontrará que posiblemente se coincida en que se sueña con un país en el que quepan todos y en muchas otras cosas más.
Escucho decir que no hay que dejarle todo el trabajo al Gobierno, (aunque creo firmemente que esta vez los gobernantes en Colombia deben dejar la arrogancia y empezar a escuchar lo que el pueblo les está diciendo) que la sociedad la construimos todos y que hay que tirar todos para el mismo lado y con ese preciso objetivo escribo esta columna. Porque si los ciudadanos tenemos que poner nuestra parte, esa, al menos en principio, debería ser bajarle al tono a las diferencias y apaciguar los ánimos de una y otra parte.
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