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Hemos elevado la muerte a una categoría que tal vez no tenga, porque a pesar de las diversas creencias que la ven como un paso obligado hacia otro estadio, lo cierto es que de alguna manera es el final de un ciclo. Que resucitemos, que reencarnemos, que renazcamos, es otra cosa, porque  ni siquiera los gatos tienen siete vidas. Lo que tienen es una gran agilidad que les permite caer parados. Como los políticos.

 

Tal vez, por eso, para nosotros no hay muerto malo, porque toda persona que fallece automáticamente se convierte es una especie de deidad a la que le rendimos culto y de la que es casi imposible hablar mal o criticar, porque en el fondo creemos que vendrá del más allá para asustarnos. La muerte parece marcar una tenue línea divisoria entre lo que se puede decir y lo que se debe callar de una persona. Y no.  Puede que no haya muerto malo porque en el fondo creemos que  la defunción santifica y eso  es directamente proporcional a las ideas de las personas, pero hay vivos muy casposos, que han dedicado su existencia a joder a los demás, a hacerles daño,  sin el menor reato de conciencia, muchos de los cuales fallecen sin el menor asomo de arrepentimiento.

Que resucitemos, que reencarnemos, que renazcamos, es otra cosa, porque  ni siquiera los gatos tienen siete vidas»

Solemos escudarnos en frases como “en el fondo, era buena persona”, lo que se traduce en el hecho simple que siempre creímos que esa persona  era un hijueputa, pero que ya muerto y sin posibilidad de amargarnos la existencia, nuestro corazón magnánimo le reconoce algún valor, valor que en vida nunca vimos, tal vez porque para nosotros nunca lo tuvo. Y eso para no hablar de los que opinan de muertos a los que nunca conocieron, porque uno podrá juzgar sus obras pero no sus circunstancias.

 

Tampoco creo que la muerte de otro sea para regodearse o para celebrar, ni tampoco que uno ande por ahí deseándole  a los demás que dejen de existir, sino que creo que de lo que se trata es  de  ponerlo en la justa medida de nuestros sentimientos.

Hay muchos que opinan, incluso, de muertos que nunca conocieron»

Y como todo hay que decirlo, la muerte de los otros, sobre todo de los cercanos, habla es de nosotros, de las palabras que dijimos o de las que no dijimos, de los abrazos y los besos que nos guardamos por tontos, por soberbios o por pensar que tendríamos un poquito más de tiempo, pero de la llegada de la muerte, como de los buses de Transmilenio, nunca nadie sabe. Por eso, la inmortalidad, en realidad tiene que ver con la memoria de los otros, de lo que hayamos hecho en vida o lo que no, y que ni siquiera la muerte puede cambiar.

 

Tal vez es tiempo entonces de honrar la vida para no tener que sobreactuarnos con la muerte. porque a los caídos  se les  recuerda con cariño  si pasaron felizmente por nuestra existencia, y a los otros, pues hay que olvidarlos rapidito, soltarlos, para que se  transmuten en algo o simplemente se los coman los gusanos y el olvido.

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