Llegan tan comprometidos económicamente, que en su administración solo se dedican a salir de deudas y a dejar unos “ahorritos” para el futuro.
Por Pilar Copete Álvarez. Actriz, abogada y aspirante a magister en Gestión pública. Especial para Color de Colombia.
Hablar de la corrupción se ha convertido en algo tan cotidiano y normal en nuestro país, que simplemente ya no nos sorprende, no nos inmuta. Hasta me atrevería a decir que la corrupción en Colombia no es una excepción: todo lo contrario, a través de los años se ha convertido en la regla, en un sistema.
Si hablamos específicamente de la corrupción y su relación con la administración pública, hay mucho para decir, ya que en este ámbito se presenta con una gran frecuencia, y a un nivel tan desmesurado, que con el pasar del tiempo la insatisfacción, la decepción y el reproche social aumentan cada vez más.
La corrupción en la administración pública en Colombia se alimenta de muchos factores; uno de ellos es el aspecto moral y ético, en el que no me detendré, pero el principal es el clientelismo.
En Colombia, los favores políticos por lo general se pagan con los dineros públicos, favoreciendo a unos pocos, y dejando a los demás (la sociedad en general) viendo un chispero.
Un gran número de los que llegan a ocupar estos puestos políticos están tan comprometidos económicamente, que en su administración solo se dedican a salir de deudas y a dejar unos “ahorritos” para el futuro.
Es por ello que no se ven las obras públicas, no se siente el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, no se ve reflejado el pago de los impuestos y los indicadores no avanzan, como lo que pasa con la educación en nuestro país.
Otro factor que nutre la corrupción en la administración pública es la cultura de los caminos cortos, del atajo, del facilismo. Creemos que seguir la regla es tedioso y es una perdedera de tiempo. Por lo general, primero revisamos si el atajo funciona.
Esto en definitiva aumenta la corrupción, porque impide un control por la falta de cumplimiento en los procesos; al tomar los caminos cortos no se deja evidencia del paso a paso, lo que dificulta su control y posterior evaluación.
La falta de claridad en los procesos públicos, la misma impunidad, todos estos son factores que promueven un sistema corrupto, y que impiden un desarrollo social.
Como sabemos, en los países con más alto nivel de corrupción el desarrollo social es mucho menor, comparándolo con los países donde los indicadores de corrupción son bajos.
Es fundamental la formación de nuevos líderes capaces, que conozcan el territorio, su problemática y que crean en un cambio, que lleguen con ideas frescas, y no estén amarrados a un sistema político construido sobre las bases de lo ilegal.
El cambio se debe realizar desde las mismas instituciones políticas; es desde ahí donde se reglamenta todo. Si contamos con instituciones políticas que promuevan la legalidad en todos los sentidos, empezaremos a tonar la diferencia. Es desde allí donde se debe comenzar a realizar la transformación.
el problema nace en la cultura y en la tradición de un territorio, por ejemplo, siempre los políticos son vistos como ladrones y corruptos, es más, los padres dicen a sus hijos que sean políticos para que roben y consigan dinero, cuando un joven intenta ingresar al mundo político debe humillarse y transformarse en un payaso al servicio de su colectividad no al servicio del pueblo que lo necesita.
entonces, ¿de quién es la culpa?
como dice un ser muy amado
«tanta culpa tiene el que mata la chiva, como el que le amarra la pata»
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El flamante alcalde de Villavicencio, tuvo la brillante idea de instaurar el Pico y Placa en esta ciudad. Medida innecesaria, abusiva y pésimamente socializada, cuyo fin fundamental, que raya en la perversidad, parece ser, la obtención de dinero con fines no claramente definidos. Algo se trae nuestro burgomaestre, que no alcanza a superar en mediocridad e ineptitud a sus antecesores. Pero el colmo de la desfachatez es el sostenimiento deliberado de la medida durante el período vacacional de la Semana Santa. Se cranearon una mina de plata al acosar a los incautos visitantes que, asombrados, estupefactos, se han visto cercados por una caterva de agentes de tránsito, algunos azules, muchísimos verdes, quienes con amabilidad fingida, informan a sus víctimas que están transgrediendo la norma, razón por la que les será inmovilizado el vehículo y se deberá cancelar una multa y el servicio de grúa. Le amargaron las vacaciones a los turistas.
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