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Llegan tan comprometidos económicamente, que en su administración solo se dedican a salir de deudas y a dejar unos “ahorritos” para el futuro.

Ana del Pilar Copete Álvarez blog bPor Pilar Copete Álvarez. Actriz, abogada y aspirante a magister en Gestión pública. Especial para Color de Colombia.

Hablar de la corrupción se ha convertido en algo tan cotidiano y normal  en nuestro país, que simplemente ya no nos sorprende, no nos inmuta. Hasta me atrevería a decir que la corrupción en Colombia no es una excepción: todo lo contrario, a través de los años se ha convertido en la regla, en un sistema.

Si hablamos específicamente de la corrupción y su relación con la administración pública, hay mucho para decir, ya que en este ámbito se presenta con una gran frecuencia, y a un nivel tan desmesurado, que con el pasar del tiempo la insatisfacción, la decepción  y el reproche social aumentan cada vez más.

La corrupción en la administración pública en Colombia se alimenta de muchos factores;  uno de ellos es el aspecto moral y ético, en el que no me detendré, pero  el principal es el clientelismo.

En Colombia, los favores políticos por lo general se pagan con los dineros públicos, favoreciendo a unos pocos, y dejando a los demás (la sociedad en general) viendo un chispero.

Un gran número de los que llegan a ocupar estos puestos políticos están tan comprometidos económicamente, que en su administración solo se dedican a salir de deudas y a dejar unos “ahorritos” para el futuro.

Es por ello que no se ven las obras públicas, no se siente el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, no se ve reflejado el pago de los impuestos y los indicadores no avanzan, como lo que pasa con la educación en nuestro país.

Otro factor que nutre la corrupción en la administración pública es la cultura de los caminos cortos, del atajo, del facilismo. Creemos que seguir la regla es tedioso y es una perdedera de tiempo. Por lo general, primero revisamos si el atajo  funciona.

Esto en definitiva aumenta la corrupción, porque impide un control por la falta de cumplimiento en los procesos; al tomar los caminos cortos no se deja evidencia del paso a paso, lo que dificulta su control y posterior evaluación.

La falta de claridad en los procesos públicos, la misma impunidad, todos estos son factores que promueven un sistema corrupto, y que impiden un desarrollo social.

Como sabemos, en los países con más alto nivel de corrupción el desarrollo social es mucho menor, comparándolo con los países donde los indicadores de corrupción son bajos.

Es fundamental la formación de nuevos líderes  capaces, que conozcan el territorio, su problemática y que crean en un cambio, que lleguen con ideas frescas, y no estén amarrados a un sistema político construido sobre las bases de lo ilegal.

El cambio se debe realizar desde las mismas instituciones políticas; es desde ahí donde se reglamenta todo. Si contamos con instituciones políticas que promuevan la legalidad en todos los sentidos, empezaremos a tonar la diferencia. Es desde allí donde se debe comenzar a realizar la transformación.

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