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Los informes oficiales, que deberían dar cuenta de la marcha de los asuntos de gobierno de modo objetivo y sincero, se convierten en espectáculos demagógicos y manipuladores.

¿Hubo alguna vez un dirigente político capaz de admitir públicamente sus errores, de explicar sinceramente las fallas y de informar sobre la realidad a la gente? Parece que Winston Churchill lo hizo en alguna ocasión (aquella de «sangre, sudor y lágrimas»), De Gaulle por la misma época y pare de contar.

Todo informe oficial es, por principio, autoelogioso. ¡Hemos cumplido! ¡Estamos mejor! ¡Hay que mantener la senda que hemos abierto! Hitler, Musolinni y Stalin, con el culto a la personalidad a través de los medios masivos, elevaron ese rasgo a alturas antes no imaginadas.

La fiebre se propaga, especialmente en estas semanas con las asambleas anuales de accionistas, la campaña electoral y las ansias de figuración alteradas.

Las cifras se maquillan de maravilla, aumenta el cúmulo de las realizaciones y se ocultan los incumplimientos. De ser cierto todo lo que dicen ciertos informes, los servicios tecnológicos se expanden y renuevan sin parar,  la economía está en inmejorable estado (¿De postración?), el ambiente de negocios es altamente positivo (¿igual que ciertas enfermedades contagiosas?) y todo es forrrrrrrrrrrmidable!!

¿Que pasaría si dijeran la verdad? Quizás se ahorrarían tener que explicar porqué, si el avance tecnológico es verídico, crece el número de quejas por parte de los usuarios (como hemos visto aquí, en este mismo blog). ¿Acaso los mentirosos son estos y no aquellos? 

El estado de la economía es favorable para los conglomerados financieros, los bancos y las grandes compañías. Pero no para la mayoría que, según estadísticas del mismo Banco Mundial (experto en esta clase de manipulaciones), es más pobre que hace 20 años.

En medio de ese panorama resulta incongruente, por decir lo menos, encontrar tanto izquierdista, intelectual progresista y ex- dirigente sindical (quienes se precian de la franqueza como virtud revolucionaria), recurriendo a las mismas florituras retóricas de los conservadores y derechistas para rendir cuentos (que no cuentas), rosados acerca de los resultados de su gestión cuando llegan al gobierno.

Se bifurca así el mundo entre un paraíso de ensueño -que sólo ven los que lo disfrutan y sus aúlicos- y una realidad repleta de zonas grises. Y pensar que quienes hoy proclaman el tal «realismo político» son los mismos que hace un tiempo loaban el «realismo socialista». Para reir si no hubiese tanto drama social de por medio.  

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