Se equivocan quien piensen que el título es una exageración. Aunque, en aras de la precisión, debería llamarse “algunas de las aves más hermosas de Colombia” el libro publicado por Guacharaca editores (2013) que recoge, en 232 páginas, cientos de fotografías tomadas por Rodrigo Gaviria Obregón a lo largo y ancho del territorio nacional.
“Las aves más hermosas de Colombia” constituye una muestra pequeña (si se considera la cantidad de especies de aves que hay en el país), pero congruente con la infinita gama de ejemplares prácticamente desconocidos, que presenta con cuidadosa diagramación a cargo del también fotógrafo y cineasta Luis Eduardo Mejía Duque.
Ejemplos de distinción
La libertad es el escenario que define la belleza: libertad para existir y exhibir, libertad de mirar sin dañar, libertad para la contemplación y las delicias del mutuo asombro.
Con empeño de cazador frustrado, Rodrigo Gaviria Obregón (Medellín 1959) optó por cuidar los mismos pájaros que persiguió en su niñez con cauchera y luego, mientras cursaba los primeros semestres de medicina, con escopeta.
Entonces aprendió que la protección para un ser libre no se resguarda entre barrotes ni jaulas, por más amplias que sean. Reemplazó gatillos por lentes y perdigones por rollos fotográficos (otra especie en vías de extinción cuando, durante mucho tiempo, lo fue de distinción) y, con el mismo empeño con que antes perseguía sus presas, se dio a contemplarlas en su hábitat natural.
Cambió la vista. Sustituyó el ojo garoso, ávido de destrozo y sangre, por una mirada al comienzo curiosa, luego admirativa y, finalmente, amorosa: con el fuego de esa pasión quemándole las manos subió las montañas de arisca cerviz andina, cruzó los valles ardientes de las caderas del país. Recorrió bosques chocoanos, desiertos guajiros, playas caribeñas, selvas amazónicas.
Revista área
Conoció así la belleza en toda su dimensión de plumas y vuelos, de cortejos y cantos, de nidos y cielo. La belleza sin pretensión de acicalar al mundo, sólo por la sencilla razón de ser lo que se es: Sericosifa de penacho blanco, Currucutús reflexivos, Aracarí con pico antediluviano dentado, tángaras, búhos, colibríes, patos, gallos de agua… ¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alcotanes, halcones…”.
Surcan las imágenes sobre el fondo del cielo de las páginas. En tan sublime revista área -ordenada a la perfección (la diagramación, en el hondo sentido del término, puede decirse que es perfecta)-, enderezan plumas y picos en plan de conquistar nubes y corazones tornadizos. A fe que lo logran, mejor que ciertas pájaras aladas sobre falsos zancos y luces artificiales.
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