Mientras preparan su regreso a la ciudad después de aprovechar los “días santos” visitando otras regiones del país, algunos sienten en sus espaldas el ardor de los incendios que queman el frágil equilibrio de la Sierra Nevada de Santa Marta, las cumbres paramunas de Güina, en Sogamoso y los Montes de María.
El territorio arde. Se elevan los clamores pidiendo ¡auxilio! Que lleguen pronto los bomberos hasta esos territorios que imaginábamos frescos por el aire limpio.
Sobre los bosques ahora yacen humeantes los restos calcinados de helechos, musgos fragantes, discretas flores y pájaros vocingleros.
Pero, la ayuda demora.
Tarda el vuelo de los helicópteros cargados de agua.
A punta de coraje y machete los vecinos tratan de frenar el avance de las llamas.
Enronquecen las voces, callan los gritos, saltan las lágrimas.
Hasta la lluvia ausente, parece celebrar en la lejanía la muerte sin resurrección.
Mañana, cruzado el día de gloria por las cenizas de las arboledas hoy calcinadas, será la procesión del regreso a los afanes cotidianos y el malhumor de la contaminación urbana.
El ruido, si acaso distraído por los gritos de los noticieros, dirá que hay que afrontar las cosas con calma. A lo mejor Nairo Quintana gana en Cataluña y hay que preparase para el próximo partido…
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