La campaña del plebiscito del 2 de octubre de 2016 en Colombia, muestra síntomas de cambio en esa tramoya que son las elecciones en Colombia, desde cuando Lleras Camargo y Laureano Gómez (alias “El Monstruo”), suscribieron el pacto que inauguró el “frente nacional”.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/ayudadetareas/politica/el_frente_nacional
Ese par resolvió las sangrientas diferencias de casi un siglo, con enérgica simpleza: la mitad para mí, la otra para ti. A los militares se les da su parte y pare de contar: sin importar el número de votos que saquen los 2 (únicos) partidos.
Ese pacto se mantuvo a duras penas, a costa de reprimir toda política distinta a la liberal-conservadora (que es, finalmente, una misma) y, en especial, al fantasma del comunismo.http://www.albamovimientos.org/
Adjetivos mortíferos
Pero, lo que se vota ahora no es el acuerdo entre dos compadres cuyas diferencias -por repartijas principalmente-, se entreveran en discursos plagados de adjetivos que enfrentan las conciencias hasta la muerte.
Muy distinto ahora, cuando se trata de respaldar (ojalá que SI, por amplio margen), los acuerdos concertados entre un gobierno respaldado por la comunidad internacional en este aspecto-, y el grupo insurgente de más larga permanencia en el mundo.
Acuerdos cuyos resultados se perciben (más que en la lectura de mamotretudas páginas), en hechos contundentes: la reducción de enfrentamientos durante el año de tregua unilateral decretada por las FARC, el desminado de amplios territorios, y el clima de confraternización entre las tropas antes en contienda: razón de más, para que los mandos militares hayan trazado una directriz gramatical, pero explicable: no utilizar términos insultantes para referirse a los excombatientes de la organización rebelde.
Afirman los entendidos que los acuerdos suscritos en La Habana el 24 de agosto de 2016, constituyen un corpus bien articulado, con innovaciones y mejoras que deberá requerir ajustes, inevitables, en el futuro.
Con todo esto, la esencia del asunto está en qué mueve a un vecino de Fontibón, (intermediario en cosas como el trasteo de votos por la Sabana), o a una joven maestra en Capitanejo), a compartir el mismo anhelo de que llegue el fin de ataques y contraataques, divisiones, partes de guerra, proclamas, insignias y catafalcos, o bolsas negras de plástico, muertos, heridos, muchos muertos).
Nada cuestan, pero valen mucho, las palomitas pintadas en el tablero de la escuela. Mucho más costosas y, para el caso, menos efectivas; las campañas de las grandes agencias. Los ejecutivos de cuenta riñen con consultores, jefes de prensa, dueños de medios por las pautas. Los partidos políticos compiten con universidades de caché. Ni se diga las ONG.
Lejos, muy lejos de esa partida de presupuestales, la gente del común arría, empuja y promueve el SI:
- la ejecutiva cuarentona que se reúne con las amigas a estudiar los Acuerdos de La Habana y terminan cantando rancheras a grito herido
- Una pareja errante que atraviesa media Francia para votar en el consulado de París.
- Patricia Ariza y sus mensajes diarios, insistentes, clamorosos por el SI, el arte y la cultura y la paz
- El tipo ese que se desvela por escribir unas notas a favor de eso que, por llamarlo en forma simple, es paz.
Foto tomada de: http://www.albamovimientos.org/
Muchos estamos desconcertados en Uruguay por el no de Colombia a la paz. Pero los de izquierda más. Y estoy escuchando argumentos a partir de la realidad uruguaya que ha sido históricamente diferente a la de Colombia. Espero entonces tus aportes sobre el fracaso del si por la paz. Sin duda aportará claridad a nuestra visión.
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