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Por A. Moñino

 

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Gran parte de mi trabajo consiste en contratar personas o empresas como proveedores y en esa tarea no deja de sorprenderme la mediocridad de quienes sin la menor muestra de vergüenza se toman un mes más del plazo pactado para entregar el trabajo que a veces además de tarde entregan mal. Por supuesto me quedan más ganas de verme una maratón del Boletín del consumidor que de contratarlos nuevamente y cada vez que puedo dejo en evidencia ante otros su pésima calidad para que ojalá no los contraten. Al final lo único que queda es pura desconfianza, le toca a uno establecer mecanismos de garantía de cumplimiento y ser casi un policía, porque la palabra está más devaluada que el peso colombiano.

Y si esto pasa a una escala menor, con presupuestos más bien modestos, ya sabemos bien lo que pasa con cifras multimillonarias, que al final salen de nuestro bolsillo. Vaya uno a saber en qué momento se volvió normal que una obra de infraestructura o una carretera celebren cumpleaños de ser inconclusas mientras todos los ciudadanos con gorritos y pitos nos unimos al festejo. Que alguien me diga cuándo fue que los contratos se volvieron el papel higiénico de los contratistas, o que por favor me aclaren cuándo los compromisos se convirtieron en un mal chiste y desde cuando se nos volvió normal incumplir sistemáticamente, o si tal vez esto pasa desde siempre.

Es que las demostraciones de mediocridad son diarias y las que llevan años son más. Veamos algunos ejemplos: Yopal, nada más y nada menos que la capital de un departamento, completará 4 años sin agua. Imagínese abrir los grifos y encontrar que lo único que sale de ellos es un desalentador ruido medio gástrico de alguien con mucha hambre. Pues eso pasa en la capital de Casanare hace ya bastante tiempo y se ve poca probabilidad de una solución inmediata al problema pues las griferías seguirán secas.

El túnel de La línea, que conectaría de manera más efectiva al centro con el occidente del país, debió haber sido entregada el 30 de noviembre del año pasado (después de quién sabe cuántas prorrogas, porque al iniciarse en 2008 se anunció para 2012 ja-ja-ja). Hoy se habla de que mínimo tomará entre 3 y 4 años más para ser concluida. Lo único cierto es que Andrés Uriel Gallego, el ministro de transporte que inauguró la obra, encontró la luz al final del túnel primero que esta desastrosa obra.

Pero para no ir tan lejos, el domingo pasado el puente peatonal de la calle 103 con carrera 11, en Bogotá, colapsó mientras hacían pruebas de resistencia, seguramente porque los ‘hombres de acero’ que subieron resultaron muy pesados, aunque hubiera sido mejor que probaran el peso con algo diferente a personas. Una muestra más de la chambonada que por un buen tiempo se ha posado sobre Bogotá, y que de alguna forma se vuelve representativa de lo que pasa en el país. Y si de algo representativo se trata, los capitalinos recordaremos siempre con rabia y dolor de bolsillo la mediocridad en la construcción de la calle 26. Aún así, según las encuestas para la alcaldía, la silente y pasiva secretaria de gobierno de la época de tal desastre es la favorita para ganar la alcaldía, porque acá parece que no se le cobra nada a nadie y por eso es que la incompetencia se repite desde que Colombia es Colombia.

Me atrevo a decir – mientras sigo esperando al electricista que quedó de venir desde el 4 de enero a reparar un daño- que acá la impuntualidad, el poco valor que tiene la palabra, la falta de respeto a los compromisos pactados son buena parte de lo que nos daña la vida y nos tiene frenados en el siglo XVIII: sin buenas carreteras, sin agua, con puentes que se caen, etc. Y todo esto sin mezclar el aterrador componente de corrupción, ratas y rateros…

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