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Yo no sería capaz de ser un cono… Bogotá es una ciudad tan surreal que esa frase la entienden sus ciudadanos sin mucha introducción, y además responden con su opinión: «¿uy, yo sí sería un cono, se imagina la delicia de hacer lo que hace esa gente?» o «no, yo tampoco podría hacer eso de los conos». Es tan rara nuestra ciudad que podríamos continuar la discusión: «si me toca ser uno de esos, yo preferiría más bien ser caballero de la cebra o el pato ese de transmi». En esta ciudad falta que lluevan ranas.

Para quienes aún sigan perdidos, los conos de los que hablo son los de El Poder del Cono, una iniciativa de la Secretaría de Movilidad de Bogotá donde unas personas se disfrazan de conos tamaño personal y recorren diferentes sitios de la ciudad para alertar, megáfono en mano, a quienes han estacionado mal su vehículo. Véanse la variedad de trinos al respecto con el HT #elpoderdelcono.

ju-ya!

Ayer, el tema se tornó más surreal cuando uno de los conos fue empujado por un motociclista. En respuesta, el cono le dio un patadón al motociclista y ahí empezó un zafarrancho de unos segundos tras los cuales el cono perdió la breve trifulca (y sí, fue además traicionado por un cono inanimado que le hizo tropezar). Desde ayer en la tarde se han visto las reacciones al suceso. La «legión de idiotas» de las redes sociales sacaron a relucir su ética impecable denunciando las acciones del cono (no del motociclista, pobre él que fue atacado por un muñeco naranja), y a su vez a la Administración Distrital. Por su parte, la Secretaría de Movilidad explicó que el bonche fue excepcional (solo 14% de los malparqueados son groseros y los conos generalmente no se toman el asunto a pata limpia), se disculparon e incluso el cono hizo un breve video donde pidió perdón y dijo que no vuelve a suceder. Al mismo tiempo, trascendió que el motociclista ya tenía varios comparendos.

Mi posición en todo esto es pro-cono y anti-motociclista. Si nos metemos en tónica de «El Club de la Pelea«, hay que evaluarlo fríamente: el cono tenía todas las de perder contra el muchacho en la motocicleta – si usted lo duda, pídale a los de Movilidad un disfraz de cono para atender a algún contrincante en su próxima pelea callejera. Es que hay que ser muy cobarde para plantarle coñazos a alguien que está metido dentro de un difraz tan poco ergonómico. Ahora siendo un poco más serio: aunque no lo he vivido en carne propia, sí me he dado cuenta que trabajar para el sector público es una labor más desagradecida que limpiar inodoros en una cervecería un sábado en la noche: es desesperante, hay que hacerlo bien para que no lo despidan, nadie le agradece, y cuando cree que terminó le toca volver a empezar porque alguien volvió a dañar todo en treinta segundos – y por alguna razón todo es siempre culpa de uno-. Hay funciones públicas que tienen un «valor agregado» como las de los conos, quienes han sido contratados para hacer cumplir una de las normas más básicas pero menos respetadas del tránsito de la ciudad y lo deben hacer disfrazados de figuras geométricas color naranja y cantando canciones por un megáfono. Si me hubiesen contratado para ese trabajo, yo habría pateado a un mínimo de siete personas en mi primera hora de enconamiento – otra vez aclaro: estoy en tónica «Club de la Pelea», no en la tónica de psicólogo conciliador que tanto me caracteriza-.

Ahora sí en mi tónica de psicólogo conciliador que tanto me caracteriza. Estimados y honorables miembros del Poder del Cono: por favor sigan en su labor de hacernos reventar de la risa cuando se pasean por las cuadras de malparqueados cantando «que lo mueeeva, que lo mueeva» (pero no tan duro, porfa). Si algún otro cobarde los empuja, no le pateen: avisen por su megáfono que están atacándoles y los que les rodeemos les vamos a proteger en vez de hacer videos mostrando cómo los atacan – estamos seguros de que no van a agredir a nadie, y que ya aprendieron la lección. Ustedes ayudan a que esta ciudad siga siendo surreal, y mientras esperamos a que por fin lluevan ranas los necesitamos paséandose por nuestras calles con su megáfono para saber que seguimos en la tierra de las cebras, los mimos, los conos, los patos y los motociclistas groseros.

 

 

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