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No hay madre que intencionalmente quiera convertir a su hija en una mujer adulta que piensa demasiado en comida. La obsesión con lo que comemos y lo que no comemos, quita tiempo y energía. Muchas mujeres se sienten en guerra con una de las actividades humanas más esenciales: comer. No las culpo, mucho de la naturalidad e intuición de alimentarnos se ha perdido; se ha tergiversado en un mar de teorías, preocupaciones de salud, alimentos desnaturalizados y mitos y leyendas sobre la importancia de la belleza. Escribo este blog para las madres que no saben cómo criar hijas (o hijos) que se relacionen con la comida de una manera saludable y tranquila.
Lo primero que debo decir es que las niñas lo ven todo. Lo sienten todo. Por eso, las palabras de la madres deben ir acompañadas del buen ejemplo. De nada sirve que le digas que su cuerpo es hermoso como es, si tú estás constantemente criticándote frente al espejo. O criticando a otras mujeres por el suyo. Si no sabes cómo dejar de criticarte porque estás atorada en una manera de verte, comienza por no expresar, delante de tu hija, tus opiniones y los detalles de tus dietas. No creas que debes dominar el arte de quererte, tranquila. Ten compasión contigo porque al hacerlo, enseñas algo fundamental: somos humanos y nos duelen muchas cosas pero siempre tenemos la posibilidad de enfrentar lo que no nos gusta desde el amor.
Cuéntale a tu hija sobre el milagro de su cuerpo, cómo la lleva y la trae, cómo le habla todo el tiempo, le dice cuándo tiene hambre, cuando está lleno, cuando tiene ganas de dormir o ganas de bailar. Juntas pueden aprender a sintonizarse con estas señales y describirlas, como una especie de juego de exploración. Pueden investigar lo que sienten con curiosidad y así, habitar el vital universo de las sensaciones internas, una educación fundamental para desarrollar inteligencia emocional. Enséñale a maravillarse ante la exuberancia de su cuerpo y de todos los cuerpos. Porque son la casa donde vivimos y son confiables y legítimos.
No encasilles alimentos. Unos buenos, otros malos. Muéstrale que el mundo de la comida es amplio y maravilloso. Lleno de texturas y colores y sabores. Algunos alimentos la harán sentir bien, y otros no tanto. Anímala a explorar y sentir. Muéstrale alimentos saludables y prepáralos con ella. Involúcrala tanto como puedas en el proceso de comprar, seleccionar y preparar alimentos.
Mi médico me dice que cuando quiera darle Dólex a mi hijo, que me lo tome yo. Lo dice porque realmente no quiere que los niños tomen Dolex de manera indiscriminada e injustificada. Lo mismo te digo: si quieres poner a tu hija en dieta, ponte tú en dieta. Una pequeña no necesita que le restrinjan su alimentación. Si crees que su salud está en riesgo (y es altamente debatible, así el medico lo diga), no creas que imponer reglas y juicios sobre la comida es algo que le ayudará. No lo muestra la evidencia, y tampoco lo creo. Ya son demasiadas las mujeres que me cuentan como sus dietas empezaron cuando tenían ocho años y desde ahí, internalizaron una creencia de peligro. Paradójicamente, creer en el peligro de engordar no nos anima a tomar mejores decisiones. Usualmente, nos paraliza, nos vuelve obsesivos y neuróticos con la comida.
No es una tarea imposible. No es algo que perfeccionas o terminas. Es un asunto fluido y de mucha aceptación y respeto. Nunca la hagas sentir mal por la manera como come porque le estáras dando un valor moral. Comer no afecta su valor como persona, este es intrínseco y lo posee por existir. Comer bien es relativo y solo lo puede descubrir ella. Tú le das las herramientas y sueltas. No creas que tienes todas las respuestas. Si ella crece confiando en su cuerpo, sabrá elegir bien. Como todo en la crianza, necesitarás un salto de fe.
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