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TinaOvalleDrogarse es de humanos, no se necesitan mayores argumentos para hacerlo. La gente normal mete, se enamora y se mata.

Tengo una amiga de 20 años, se droga desde los 17 y los fines de semana varía entre marihuana, éxtasis y cocaína. Nada nuevo, hace rato que en Colombia comenzamos a imitar el modelo europeo de meter desde los 14. Catalina se graduó del Gimnasio Vermont, uno de los mejores colegios del país y su papá es gerente en un banco. Nunca ha estado en el Bronx y tampoco tiene el coeficiente intelectual de Neha Ramu (162 puntos). Se droga como una persona normal y lo hace porque es parte de ella, así como usted se toma un tinto después de almuerzo ella se mete un porro.

Las marchas a favor de la marihuana en Bogotá y Medellín siempre son un fracaso, una hipocresía, una vergüenza completa. Ninguna supera los 15 mil asistentes y en Colombia hay más de 700 mil adictos –aparte de los consumidores que no dan la cara-. Nadie marcha porque ninguno quiere quedar como un burro delante del país o su familia. Yo tampoco lo haría, no porque no quiera que se legalice la droga, sino porque luchar por algo que usted ya puede hacer desgasta. Es como pelear contra la Iglesia para que acepte el uso del condón cuando los moteles se llenan cada viernes sin que el Papa lo apruebe.

La mayoría mete, desde los de abajo hasta los de arriba. Si lo del Estéreo Picnic es como lo venden, enfocado a estratos 4, 5 y 6 entonces reúne más burros que el mismo Rock al Parque que es para pobres. En Colombia los ricos consumen tantos estupefacientes como los pobres. Los adictos del país no son solo los del Bronx como lo vende la prensa, también están en los colegios privados, en los Andes, en el Senado y la Presidencia. Es gente cotidiana -como mi amiga-, que está en la mitad de la situación. Cada día nos relacionamos con consumidores, con el tipo que atiende la caja del supermercado, el profesor de la materia de relleno, el taxista que lo salva cuando llueve en Bogotá, la vieja que atiende el Call Center de Claro–quien amablemente no resuelve nada-, y varios de los familiares con quien usted se reúne cada fin de año.

Cada cual tiene sus razones para meter y ahí no hay nada perverso. Usted es libre de escoger cómo se altera la dopamina del cerebro y de encontrar un beneficio en eso. No todos lloramos por las mismas cosas ni escuchamos la misma música para subir el ánimo. Hace poco leí que las drogas son peligrosas y recordé a un amigo del colegio que rara vez se tomaba un trago y nunca se fumó un cigarrillo. Estaba aprendiendo a tocar acordeón y cantábamos vallenatos después de salir de clases hasta que un día se pegó un tiro con una escopeta después de que su novia lo dejó.

La televisión habla cada día sobre el riesgo de la heroína pero nunca advierte algo sobre enamorarnos, como si el amor no pudiese volver estúpida a la gente hasta matarla.

@jimenezpress

Ilustración: Tina Ovalle 

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