Estuve en Alimentarte con cule bollitas, ambas de la Arenosa y ambas se llaman Andrea Carolina. Me fui con un guayabo bestial que me confirmó que mezclar tragos no es buena idea y menos si alguna de esas mezclas lleva vino. Alimentarte está una nota, comí hasta que el botón del pantalón se desabrochó. Probé la ternera, el chicharrón carnudo, unas hamburguesas en un restaurante que se llama Bicono y el sushi, de no me acuerdo qué chuzo. Ese era mi antojo principal, pero sí, terminé decepcionado. El punto de esta historia no está en cuánta carne comí o en el sabor a malta de la cerveza 0,0 que venden allá. La verdad lo que quiero contarles es que cuando me estaba devolviendo para mi casa en el Uber le pregunté:
A: Ve, ¿y cómo va la cosa con los taxistas?
Uber: Pues, hermano, gracias a Dios yo no he tenido ningún problema.
A: Qué bueno, mano, porque vi en una noticia que se estaban dando en la madre en el norte.
Uber: Sí, sí, también vi, pero yo no he tenido ningún problema con ellos. Lo que sí me pasó fue que unos usuarios de Uber me robaron el anterior carro que tuve, pero gracias a Dios lo pude recuperar.
A: ¿A lo bien? ¿y cómo hizo para recuperarlo?
Uber: Pues, hermano, ahí es donde uno se da cuenta que tener malas amistades en la vida a veces es bueno.
El man como que no quería contar más y a mí la verdad me dio como miedo seguir preguntando. Sin embargo, «ya metida la mano, pues metamos el brazo», pensé.
A: Pero, venga, no entiendo ¿cómo lo recuperó?
Uber: Hermano, yo conozco a una vieja que es una joya pero ella me quiere a mí como a un hermano. Cuando a mí me bajaron del carro, yo llamé a la vieja y en 30 minutos me lo estaban devolviendo.
A: No, espere. ¿Cómo así? Y lo manes ¿qué? ¿No le da miedo que tomen represalias o algo?
Uber: No, hermano. Yo no me siento orgulloso de eso, pero a esos manes les quedó claro que no se podían meter más conmigo.
A: ¿Por qué?
Uber: Les quemaron la casa.
Uno queda como frío luego de que el conductor que lo está llevando a la casa de uno le suelta una perla de esas. Yo igual seguí preguntando.
A: Venga, y usted ¿donde conoció a esa vieja?
Uber: Hermano, yo soy de Pereira y ambos venimos de un mundo oscuro. Gracias a Dios, yo me pude salir pero pues ella sí se quedó ahí.
Yo había tomado el Uber en Chapinero, cerquita del Juan Valdez de la 53 y para ese momento de la conversación íbamos cerca del barrio J Vargas, para tomar la calle 72 y bajar hacia el occidente. Faltaban aproximadamente 5 minutos para llegar a mi casa y en esos cinco minutos mi querido conductor me volvió a afirmar que todo en la vida es de decisiones.
Uber: Hermano, a mí me tocó vivir solo desde los 10 años. Me intentaron violar tres veces y me he intentado suicidar otras tres. A la segunda persona que me intentó violar la maté a cuchillo y, viejo, ya después de eso uno crea un rencor hacia todo el mundo, hacia todas las personas.
Yo a los 19 años tenía mucho dinero, muchas propiedades allá en Pereira, y la verdad es que a mí no me importaba la plata, compraba las cosas porque tenía que gastar la plata en algo.
Yo no esperaba que la conversación que había iniciado con una pregunta sencilla desencadenara un cúmulo de experiencias que no se le desean i al peor enemigo. De todo se aprende, pensé, y seguí preguntando.
A: Pero, ¿usted cuántos años tiene?
Uber: 26. Ahí fue cuando conocí a esta vieja que le digo. Yo entré primero a ese mundo que ella. Fui sicario hasta los 14 años, de ahí en adelante trabajé con el tráfico de armas y en el narcotráfico y no se imagina el asco que me da ver a todos esos generales del Ejército recibir medallas como si fuesen héroes, cuando en realidad están más metidos en el cuento que uno.
A: ¿Y cómo hizo para salirse? Porque el dicho es que «el que entra a ese mundo no sale».
Uber: Hermano, yo caí.
Me nombró la brigada del Ejército que lo capturó, pero me es imposible acordarme del nombre. Me contó que la Fiscalía le quitó todo, que lo tuvieron un mes encerrado donde lo torturaron para que “cantara”. Mientras hablaba, miraba al frente, frío, como si de verdad no tuviese sentimientos, como si lo que pasó ya no existiera. Yo me quedé mudo unos segundos. No sabía qué decir.
Uber: Hermano, yo no creo en religiones ni en iglesias ni en nada de esa vaina, pero estoy seguro de que Dios existe y fue Él quien me sacó de ahí.
Ya estábamos a unas cuadras de mi casa.
A: Mano, me alegra un montón que haya podido salir de ese mundo y que esté saliendo adelante de otra manera. Lo felicito.
Uber: Gracias, hermano.
Ya habíamos llegado a mi casa. Yo no me quería bajar del carro y en ese momento estoy seguro de que él tenía mucho más por decir. Le di las gracias, le deseé una feliz noche y pagué. 8 mil pesos me costó el Uber que me devolvió la fe.
@1albarracin
me gusto su lectura, es muy amena y descriptiva … pudo haberle sacado mas juguito
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