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Hasta los antiguos caricaturistas se alinean como fichas de ajedrez para servir a la política gobiernista del posconflicto. El señor Vladdo, en su columna de hoy, recurre a un argumento ad hominem (del latín, «contra el hombre»), a una falacia nacionalista. Citémoslo:

«Las Farc son tan colombianos como nuestros empresarios y nuestros contratistas corruptos; como nuestros artistas y nuestros mafiosos; como nuestros futbolistas y nuestros paramilitares; como nuestros maestros y nuestros violadores; como nuestros políticos y nuestros secuestradores; como usted y como yo».

Hitler y Stalin fueron tan humanos como usted y como yo. Las cucarachas y los escorpiones son seres vivos como usted y como yo.

No vale la pena desnudar tal argumento. La alienación de la intelligentsia colombiana a la política del presidente actual es algo bastante sorprendente en nuestra tradición crítica y contestataria. Incluso una crítica literaria de buena pluma, como Margarita Valencia, ha puesto la literatura colombiana al servicio del posconflicto. (Ver Lecturas para el posconflicto).

¿Se ésta llegando por fin al tan anhelado consenso con el que todo régimen sueña?

En nuestro post del lunes traíamos a colación la crítica del profesor británico James Robinson, para quien la élite colombiana parece urdir maliciosamente una paz sin inteligencia, es decir, sin una ampliación y mejoría de la Educación.
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Finalicemos por ahora con algo de Historia. La violencia ha sido como la partera de la libertad y la democracia, y «violencia creadora» fue la de la Revolución francesa o incluso la de la Revolución mexicana o cubana con todas las secuelas que dejaron. La Violencia (las primeras páginas de «La vorágine» instituyeron esa mayúscula genial), la violencia colombiana desde Bolívar –y eso– no ha podido ser «creadora» sino destructora porque no se ha fundado en ningún proyecto cultural ni educativo. Lo que ahora se llama Conflicto, a mediados del siglo XX se llamaba a secas Violencia. Se le veía como un mal endógeno de la sociedad colombiana –sin achacársele a un grupo en concreto– y a su solución no se le llamaba Postviolencia o algo parecido (léase al historiador Marco Palacios).
 Falta cortesía y finura y altura intelectual para dejar atrás la violencia, que no el «conflicto» pues éste es la base de toda democracia o sociedad.
 La vaga idea de que estamos en el posconflicto oculta la falsedad de una oligarquía que desorienta a ciertas inteligencias. Total: el posconflicto será un éxito político y un fracaso intelectual.

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Dibujo de Yolanda Pineda

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