"La invención de lo humano": una clase de Shakespeare por Harold Bloom en Yale University, según Juan Villoro.
Al leer el primer ensayo del libro "De eso se trata" (Chile, 2007) me sentí como si fuera Juan Villoro: un estudiante mexicano de casi dos metros de estatura caminando solitario por el campus de Yale University, vadeando la nieve que de lejos parece inmaculada pero que de cerca es sucia, resbaladiza, pues no hay nada inofensivo en el universo shakesperiano. El de 1994 era el peor invierno sufrido en Nueva Inglaterra: parecía Dinamarca. Ajustando su gabardina y apurando el paso para su primer día de clase, Villoro arribó al salón 203 donde media hora antes ya estaba el crítico más famoso de Occidente, Harold Bloom, el monstruo-profesor que dictaba su seminario "La originalidad en Shakespeare". Le tocó situarse atrás del salón, ya que no estaba inscrito, pero gracias a su estatura le fue fácil tomar los agudos apuntes de Bloom. Más que un seminario se trataba de una cruzada, de una apasionada defensa del misterioso núcleo de Occidente, cuya diferencia con Oriente radica en la importancia concedida a la personalidad o al individuo: allá el individuo se abandona a Buda o a Mahoma, acá se rebela contra Dios y se hace dueño de su propio destino. Fue Shakespeare, por cierto, quien consolidó o por lo menos endureció la noción del individuo: de ahí el vasto título del ensayo de Bloom "La invención de lo humano".
Hasta la expresión to "fall in love" nació con "Romeo y Julieta". Pensémoslo, dice Villoro: "fija un uso idiomático y permite entender el amor como caída, la zona de fragilidad donde alguien, voluntariamente debilitado, desciende hacia el otro". ¿Pero dónde encontrar una adecuada traducción de Shakespeare al español? Alguien le recomendó a Villoro la traducción de "Hamlet" de Tomás Segovia, en la serie "Shakespeare por escritores" publicada por la editorial Norma de Colombia. Fascinado por encontrarla, Villoro aprovechó una visita a la Feria del Libro de Bogotá para ir al stand de Norma, pero ese "Hamlet" no estaba ahí. El libro se había evaporado de las librerías bogotanas. Recurrir a las fotocopias no sólo sería piratería sino romper algún código esotérico. Una mañana de 2005, no ya en Bogotá sino en Cartagena de Indias, nos cuenta Villoro, halló el libro. Y se regodeó al leer una traducción difícil de superar. Nadie lo había traducido con tanta poesía, con tanta autenticidad. ¿Cómo solemos traducir la primera parte del monólogo de Hamlet: "TO BE OR NOT TO BE: THAT IS THE QUESTION". ¿Literalmente? ¿No suena alterado o artificioso decir "esa es la cuestión…". El gran poeta español-mexicano Tomás Segovia halló una mejor: "SER O NO SER: DE ESO SE TRATA". Sólo un poeta puede traducir a otro poeta. Tomás Segovia es autor asimismo de uno de los más excitantes poemas eróticos que he leído:
http://joyasprestadas.blogspot.com/2008/01/desnuda-toms-segovia.html
La recepción de Shakespeare nos pone a pensar en algo más profundo. En el ensayo sobre Lichtenberg, Villoro resalta una reflexión oculta pero inevitable: la convicción de que el estudioso altera siempre su objeto de estudio. Al tocar o examinar algo no podemos borrar nuestras huellas. Son inútiles los guantes que usan los detectives. Conocer es alterar. Y por aquí Villoro se apoya en Gadamer: "Un auténtico pensamiento histórico tiene forzosamente que pensar su propia historicidad. Sólo entonces no irá a la caza y captura del fantasma de un objeto histórico de investigación, sino que aprenderá en el objeto la alteridad de lo propio y, con ella, lo Uno y lo Otro". Lichtenberg, según Villoro, pidió a sus conocidos que le relataran tempestades; con ello no avanzó mucho en el conocimiento de la meteorología pero sí en el de sus amigos. Dime cómo cuentas y te diré quién eres… Y sé decir de Villoro que es uno de los más entusiastas conversadores. Tanto en público como en privado mantiene atento a su interlocutor.
Aquella mañana quedamos en desayunar en el café Las Lupitas, centro de Coyoacán, en la Plaza de Santa Catarina (donde hay una iglesia pintada de amarillo), sobre la calle de Francisco Sosa. El sitio está en la mera esquina. Pero al llegar al centro de Coyoacán nadie sabe darme razón, de suerte que decido caminar por cierta calle de árboles lúgubres – el cielo parece el de Dinamarca – porque de cualquier forma llegaré tarde. ¡Me lleva el chanfle! Por salir de casa tarde y sin suficientes detalles para ubicarme en la ciudad más grande del mundo. Por fin llego. Entro. "¿No has visto al fantasma que te ha venido siguiendo, Sebastián?". "No, no he visto nada, Juan". "Era un sombra o espectro gaseoso con la misma forma de Germán Espinosa. Pero sentémonos…" "¿Es cierto lo que me dices, Juan?". "Words, words, words… Pero ni creas, eh, que Germán tenía la destreza de ver otras dimensiones". Antes de que nos sirvan los molletes (panes untados de frijol refrito, acompañados de jamón y queso) Juan Villoro se extiende en su opinión sobre los nuevos novelistas. Hay quienes pretenden escribir una novela sobre temas contemporáneos. No. Una novela ha de emanar de uno mismo, de sus obsesiones, de sus conflictos. Por eso Shakespeare permanece. Por eso Villoro es grande.
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