La escritura se le ha presentado a las mujeres como un sendero fangoso, casi una pista de obstáculos imposibles. Ellas, durante milenios, fungieron únicamente como protagonistas de historias escritas por hombres en las que ese lente masculino fue el único mediador.
Las excepciones y el propio devenir social entre pujas y luchas abrieron puertas a las escritoras, sobre todo a partir del siglo XIX. Pero eso les supuso disyuntivas dolorosas que, además de las conquistas, también se manifestaron en forma de heridas. La mujer que ansiaba dedicarse a la escritura sacrificaba los deberes impuestos por las estructuras externas y eso, a todas las luces, entrañaba aflicciones punzantes que se mantenían en la penumbra. La discriminación y el rechazo fueron algunos importes asumidos por las plumas femeninas, si es que no vivían a la sombra de un escritor o en el anonimato.
En retrospectiva, los terrenos ganados son notorios, aunque no terminan de atenuar las brechas que aún hoy menoscaban la senda de las mujeres en la escritura. Persisten los escenarios en los que la mujer no accede a la educación, ya sea por motivos culturales, religiosos o económicos, y eso profundiza el ardor de las desigualdades. Pero también subsiste la necesidad de escoger porque el cuidado recae, en mayor proporción, sobre las mujeres. Así que optar por un camino alterno al que a ellas se les ha designado históricamente (por ejemplo, la configuración de una vida al servicio de la escritura), conlleva incomodidades que todavía se señalan a escala social. La soledad y la libre disposición del tiempo alrededor de la lectura y el pensamiento, esa habitación de la que habló Virginia Woolf, siguen siendo indispensables para un oficio semejante, pero todo un lujo para muchas mujeres.
Ahora bien, con respecto a las escritoras que han logrado consagrar sus carreras, hay un debate que las persigue: ¿existe tal cosa llamada escritura femenina? La controversia, servida en bandeja de plata, surge en sus entrevistas, conversatorios y cualquier tipo de encuentro. El abanico de opiniones es amplio. No obstante, el simbolismo de la discusión es espeso porque mucho tiempo sugirió menor calidad y connotaciones peyorativas. La identidad y el sello individual se destacan en la escritura, pero es justo que cada autora tenga la potestad de determinar qué etiquetas pone a su creación.
Despejar el terreno para que más mujeres escriban empieza por reconocer las obras de las que fueron despreciadas, silenciadas y marginadas. De las que incluso hoy son sometidas a la censura y a la segregación. Leerlas es otorgarles significado, valor y lugar en el espectro de propuestas artísticas que retratan otras realidades. Sin esos antecedentes no habría siquiera un suelo sobre el cual avanzar, así el trayecto aún exponga altibajos.
Exaltó el acierto de la Escritora de este blog al elegir justo hoy, en la celebración del Día de la Mujer un tema que claramente describe la desventaja que como género tenemos en especial en dos grandes escenarios la escritura y la lectura ….en ambos tenemos una gran oportunidad para ser voz, opinión y cultura!
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