Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Leí un texto que me hizo desempolvar un libro amado. Lo bajé de la repisa, lo sacudí y lo empecé a leer por cuarta vez. No soy de relecturas, a menos que tenga un propósito interpretativo particular. La lista de anhelos literarios es tan larga que suelo optar por obras nuevas en detrimento de aquellas que podría volver a disfrutar. Sin embargo, hay unas cuantas historias que desafían ese principio, revolotean cada cierto tiempo y guiñan como si nunca hubieran tenido una oportunidad. Es el caso de ese libro; no me tomó más de un minuto ceder al impulso de ponerlo en la mesa de noche, que, como pude descubrir, no es poca cosa en mis costumbres.

El domingo pasado tuve una tarde difícil (hay correos electrónicos que tienen la capacidad de frenar el día en seco). Después de una cerveza y un rato de escritura, me metí en la cama a leer la novela adorada recién extraída de la biblioteca. Cuando apagué la lámpara, al borde de la madrugada, me quedé pensando que no pongo cualquier libro en la mesa de noche. Caí en la cuenta de que allí ubico los que han dejado una huella, una estela de simbolismos relevantes para mi vida, o los que me están dando batallas que tramito con lentitud. Ese criterio no es necesariamente estético sino identitario. En otras palabras, comprendí que allí estaciono las poquísimas relecturas, y las obras que me cuestionan hasta el nombre.

Eso quiere decir que mi rutina diurna de libros dista mucho de la nocturna, porque en la primera leo lo desconocido, a lo que me aproximo por primera vez, que, claro, puede ir a parar a la mesa de noche. Pero ese no es el punto. Lo que quiero decir es que son hábitos de lectura con un significado íntimo. Lo orgánico es que cada lector tenga su propio conjunto de razones para examinar una obra o para gestionar su práctica lectora.

A propósito del comienzo del año circulan guías y manuales ilusorios. Mañana o tarde, tantas novelas por mes, tantas páginas por día, tal o cual género. ¿Y si apostamos por una relación más subjetiva con los libros? ¿Y si le damos cabida a la individualidad del hábito? Para la lectura también hay procesos, necesidades, rincones, lugares y momentos que solo uno es capaz de entender. Fue satisfactorio descifrar el rol que en mi caso juega la mesa de noche para dar sentido a las historias que atesoro, y esa comprensión resultó ser un regalo inesperado.

Compartir post