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Año tras año,   cientos y cientos de compatriotas, mujeres ingenuas, son engañadas por redes de trata de blancas que, mediante argucias y falsas promesas de trabajo digno y una vida soñada en el exterior, a la postre las obligan a prostituirse. Que pese a las advertencias, a las continuas campañas de prevención, y a que poco o nada estas  bandas han variado su  modus operandi, cientos y cientos aún continúen siendo objeto de este y de otro  tipo de engaños, es el reflejo de un grave problema:   ¡Vaya que sí son ingenuas! Esta es una primera  hipótesis, la otra es que se hagan.

 
Dado que en sus vientres es en donde se van a engendrar los futuros y futuras colombianitos y colombianitas, la verdad sea dicha, yo sí prefiero lo segundo. Un país que ante todo busca salir del subdesarrollo habitado por morrongas  y solapados es una vaina grave, bien grave, pero un país plagado de  imbéciles,  eso sí sería fatal.

 
Antes, permítanme aclarar que los cuentos  estos de… «es  que todo este tiempo estuve engañada», » es que caí por ingenua», «es que yo no le vi nada de malo cuando ese señor  me pidió el favor de llevarle estas  dos libritas de promasa a la abuelita que vive en Nueva York»; «es que hasta ahora, después de cinco años de casados, cuando  lo agarra  la policía y salimos en la  prensa,  es que me doy cuenta de que mi marido es un narco»…  no me los inventé yo, son las  excusas  de marras cuando tienen que rendir cuentas ante la justicia, pero,  sobre todo, cuando cae sobre ellas  el juicio implacable  de   la opinión pública, esa opinión pública bien  porquería en su actuar,  pero tan recta e impoluta al momento de juzgar,  que a veces de verdad  sentimos que tenemos que rendirle cuentas. Lo dicho, si con la rectitud que juzgamos,  actuáramos, esta vaina seria otro cuento.

 
A la consabida excusa de la ingenuidad,  se le suma otra, esta,  sustentada en el tan promocionado sentimiento del amor. «Firmé esos  papeles por amor», «metí las patas  por amor». Lo que en  buen castellano traduce: Yo no hice nada, es que aparte de que soy bobita, soy muy  sensible, y romántica, y soñadora, y por eso es que la gente abusa de mí. «Como soy una persona buena, pienso que todo el mundo es bueno». «Se aprovechan de mi nobleza».

 
«Jamás imaginé que Roberto Orejuela Escobar, mi esposo,  fuera narco. Las mansiones, su isla, su jet privado, su colección de  autos clásicos…  por diosito  lindo que yo juraba que todo eso era producto de su trabajo como… ¿en qué era que trabaja tu papi, mi amor? …y… y… ¿cómo es eso de la colaboración con la justicia y la rebaja de penas pa´ empezar a embalarlo?     Mejor aún,  como la ventaja de la ley es que  uno sí puede disfrutar de los lujos derivados de las fechorías perpetradas por terceros, pero no debe pagar por ellas, necesito que me saquen ¡ya! de aquí. El que traqueteaba era él, no yo. Además, todo este dolor me ha servido para crecer  espiritualmente y acercarme más a Dios».

 
¿A qué dolor se referirán,  al dolor y al remordimiento que inmediatamente las  asalta una vez les cae la justicia y a  los hechos los alumbra  la luz pública, o  al dolor insoportable que sentían cuando se aplicaban el bronceador y  tomaban el sol a la orilla de esa suntuosa piscina, o cuando derrochaban todo el dinero que podían en las más lujosas tiendas de ropa?

 
«Hoy que le  doy la cara al país confieso que terminé involucrada en  ese desfalco no porque me cegó la codicia, sino porque personas inescrupulosas me asaltaron en mi  buena fe».

 
Ante esa eterna  disyuntiva, tonta o alegrona, tonta o ambiciosa, tonta o corrupta, siempre optan por  poner en entre dicho sus habilidades mentales.

 
Prueba de que, más que un ardid jurídico,  es una forma de blindarse contra  el chaparrón de señalamientos  y la cruel embestida del qué dirán,  es que muchos de los actos que demandan de ellas este tipo de excusas no tienen ningún tipo de repercusión  legal.

«Si tuve sexo  con ese hombre  hermoso la misma noche en la que lo conocí,  no fue porque se  me dio la gana, sino porque  el muy bribón  me enredó con sus detalles, con sus palabras bonitas, y caí, caí tendida – y con las piernas abiertas – entre sus redes, una vez más   pequé por ingenua, que piedra,  soy una tonta».

«Papá,  mamá, familia, jamás pensé  que me iban  a llevar al Japón a putear, a última hora, cuando tenía mi primer cliente encima,  fue que lo supe, y ni modo de devolverme, no ven que,  revolver en mano, esos oji – rasgados  me obligaron a trabajar para ellos,  fue espantoso».  «¿Qué si también me obligaban a gastar a manos llenas,  y a darme toda clase de lujos?  ¿Qué porqué no me dejé ver  con alguito de billete  aquí en la casa?»       

          
Suena por lo menos paradójico que las mismas que prefieren poner en duda su astucia, su sentido común, antes que su reputación -Término este último que ya se debería haber  revaluado o por lo menos  haber desligado del factor sexo. El tener sexo descontrolado no afecta en lo más mínimo la reputación del más reputado caballero -,  hayan sido  las mismas que durante siglos pelearon por su libertad sexual. «Es mi cuerpo y  yo decido sobre él», entonces a decidir,  y como bien lo decía mi abuela, «…hacer de mi culo un florero»,  también es una opción.

Pero ante todo, continuar esgrimiendo ellas mismas la  idea de «no la cagué, fue que me engañaron»,   es una falta de respeto con esa verdad   por la   que muchas lucharon y  la sociedad tanto tardó en reconocer; En el aspecto  intelectual hombres y mujeres están al mismo nivel. Aunque si me lo permiten, debo hacer una pequeña observación, la persona con el cociente intelectual (CI) más alto del mundo, jamás registrado,  es Marilyn vos Sabant, una mujer.

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