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La verdad yo sí no me uno a esta fiesta ni me alegra tantico lo del nobel. Es más, me preocupa, porque, aparte de que sé que van a empezar a jorobar y a ponerse cansones con el tema, el gobierno, como lo ha venido haciendo con el tema de la paz, lo va a usar para hacerse propaganda.

Porque, con la excusa de que el país necesita una dosis de positivismo -el país no necesita esto sino cambiar su realidad- , el presidente va a empezar a sacarle provecho al tema, y lo va a usar para encubrir su pésima gestión y el hecho de que en ningún otro ámbito ha logrado avances.

Considero que esto no es más que un premio a la vanidad, y que la búsqueda de esta paz no ha sido desinteresada. Desde el principio se sabía que el personaje en cuestión estaba detrás de este premio, que antepuso sus intereses a los de un país y que dispuso del presupuesto de toda la nación en aras de satisfacer una ambición personal y política. Y pensar que a esto tan ruin y grave es a lo que jocosa y descaradamente le llaman mermelada.

Porque su accionar ha distado enormemente de ser altruista. No fue gratis que haya programado el plebiscito, el cual estaba seguro de que iba a ganar, para 5 días antes del anuncio del Nobel.
Podrán llamarme aguafiestas, pesimista, pero discrepo con los que piensan que esto constituye un logro para el país, todo lo contrario, el gobierno se va apoyar en él para darse carta blanca y hacer lo que le venga en gana, como clavarnos con más impuestos, por ejemplo. No olviden que se avecina una reforma tributaria que nos va a hacer llorar.

Porque sin duda va a usarlo para intentar mejorar su imagen y subir su baja popularidad, tapar cualquier desacierto, desviar nuestra atención y de paso tratar de convencernos de que vamos por buen camino, mientas los problemas de fondo y las injusticias de siempre continúan. Los problemas de este país no se reducen a un conflicto con las Farc.

Y aunque por estar claramente ligado a intereses políticos y económicos este premio no debería ni siquiera existir, lo cierto es que le reporta popularidad y avala la labor de quien lo recibe.
En este caso, un reconocimiento injusto para un gobernante al que desde el principio se le notó un interés mezquino por hacer política con el tema. Al que sin importar el dolor de las víctimas se le vio la clara intención de dilatar y amarrar el proceso de paz a su figura y asegurar así su continuidad en el poder, hacerse reelegir.

Y no debería existir porque se supone que quien lucha por la paz de un país no debería esperar ningún reconocimiento a cambio, ser un individuo desprovisto de cualquier ego y ambición personal, se supone.

Pero este tipo de seres humanos no existe. No nos llamemos a engaños, este mundo está plagado de egos y vanidades. La donación del dinero y su consabida declaración “este premio es de ustedes” no son más que apartes calculados de su cacareado show de la bondad y el desprendimiento, cuando se nota que por dentro estaba que no cabía de la dicha, que no podía con su propio ego.

No debería existir porque, contrario a los otros, este nobel no mide ningún talento o avance concreto, o ¿qué reconoce este premio?, ¿la genialidad de ser bueno?, ¿de aparentar ser bueno?

Si ser bueno nos representará atornillarnos en el poder y asegurarnos un lugar en la historia, todos jugaríamos a ser buenos.

Aun así, y gracias a este reconocimiento, muchos en este país cambiaron su percepción de él y, en un giro brusco y repentino, ahora se sienten orgullosos de su gestión. Y reconocen, además, que era el espaldarazo que hacía falta, el impulso que necesitábamos para seguir con la búsqueda de la paz.

Afirmación que tiene tanto de cierta como de decepcionante. Decepcionante que necesitemos de un premio y del aval internacional para proseguir en nuestro empeño de intentar superar un conflicto. La paz debería estar por encima de las consideraciones de un comité.

Desalentador que la firma de la paz se haya convertido en un show como el de Cartagena, frustrante ver, una vez más, a tanta gente cayendo en el juego del gobierno y celebrando el hecho de que a su máximo dirigente lo hayan premiado por intentar sacar adelante un proceso en el que ha invertido todo su capital político, por algo que en últimas no es más que su obligación – garantizar la paz es un deber constitucional no un favor del gobierno-.

Pero, por sobre todo, frustrante reconocer que tras tantos años en guerra encontremos consuelo y retribución en un premio. ¿De verdad somos tan fáciles de caramelear? ¿Tan poco nos conduelen nuestras desgracias y el sufrimiento por el que, de una u otra forma, y por culpa de esta guerra todos hemos tenido que pasar?

 

* No quiero, por ningún motivo, que este texto sea tomado como una posición a favor de Uribe. Personaje igual de mezquino y quien desde la otra orilla también ha tratado de sacarle todo el provecho político al tema de la paz. Y lo aclaro porque aquí en este país si no es blanco es negro, si no Santos es Uribe. Como si el ser colombiano se redujera a estar a favor del uno o del otro, cuando en el fondo son lo mismo.

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