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A lo largo de la historia, quienes han ostentado el poder han encontrado siempre la forma, no solo de justificar las injusticias sociales, sino de convencernos de que debemos vivir conformes y a gusto con ellas.

Designio divino: Si con ese fin, hace siglos crearon a un dios omnipotente, “justo”, y “misericordioso”, quien no sólo consentía la diferencia de clases, sino que adoraba a los pobres y tenía reservado para ellos la sala VIP del reino de los cielos, durante las monarquías bastó que cada rey se auto proclamara como su ungido y decretara que por sus venas corría sangre azul para ser merecedor de toda la riqueza y el poder.

Que hoy existan ricos y pobres, y una concentración de riqueza y una desigualdad francamente aberrantes, se explica, no desde la implementación de un modelo económico injusto, sino desde la enorme diferencia de esfuerzo y talento entre unos y otros. Y es que, así a muchos les cueste, y les duela reconocerlo, los ricos son ricos porque son brillantes, aparte trabajan duro, y se esfuerzan mucho más que el resto; mientras que los pobres no son competitivos, ni productivos, para colmo de males, no se esfuerzan, son torpes, flojos, resentidos, no votan bien, y quieren todo regalado.

Desde el discurso actual, cada quien tiene lo que se merece y es el culpable de su propia miseria. Las condiciones sociales, macroeconómicas no inciden en nuestra situación individual, y talento, inteligencia, y fortuna son directamente proporcionales. No cabe duda, vivimos en un mundo justo.

Lo anterior rige no sólo a nivel personal sino de naciones. Los europeos son ricos y desarrollados porque son geniales, mientras que nosotros, los latinos y africanos, somos poco astutos, quejambrosos y tenemos una mentalidad perdedora. Implica lo anterior, que un habitante de Angola tiene exactamente las mismas posibilidades de progresar y de enriquecerse que un inglés o un francés, otra cosa es que no quiera.

Así mismo, que 9 de cada 10 multimillonarios sean gringos se debe, no al hecho de que nacieron en el país más rico del mundo, en la súper potencia que domina y controla el mercado mundial, y tiene militar, económica y comercialmente sometido al resto, sino a que ese país cuenta con la mayor tasa de emprendedores y de genios visionarios del mundo, 99,999 por cada 100,000 habitantes. Incluso, cuando un inmigrante latino llega allá se transforma en un ser más sabio y talentoso, o si no, ¿cómo se explica que por el mismo trabajo que ejercía acá perciba un mejor salario allá?

Han encontrado la forma de presentar a quienes nos dominan como seres en extremo bondadosos. Si durante siglos nos pintaron a las autoridades de todo tipo, monárquicas, religiosas, políticas, como la justicia y la bondad hechas personas, a los multimillonarios de hoy nos los presentan, no como lo que son, unos depredadores crueles y voraces, quienes en su afán por apoderarse del mercado han quebrado y arruinado infinidad de empresas competidoras, sino como los mayores benefactores de este mundo, seres nobles, y de buen corazón, a los que les duele la pobreza y se la pasan haciendo obras de caridad.

Multimillonario que se respete es filántropo, y ante la opinión pública vive más preocupado por ayudar a los pobres y por hacer donaciones que por forrarse en billete. ¿Cuántas veces ha donado Bill Gates toda su riqueza?, y aun así le queda dinero de sobra para liderar esos ranking, ¿quién explica eso? En fin, todos ellos son la personificación, no de un crimen social y económico, sino la prueba de que sí se puede. Algunos, de ellos, como Elon Musk y Mark Zuckerberg, son tan sencillos y humildes que incluso calzan tenis y viven por debajo de la línea de pobreza.

En fin, los ricos de este mundo son las mejores personas, nos quieren y se preocupan por nosotros.

Han encontrado la forma de convencernos de que son indispensables para la economía. Sólo si ellos, los ricos, están bien, la economía va bien. ¿ Bien es qué? R: tapados en plata. Lo mejor para ellos, es lo mejor para todos. Su éxito es el nuestro. Al espacio no solamente fue Jeff Bezos, al espacio fuimos todos con él. Sólo bajo su mando y trabajando por sus intereses – eso sí, bien barato – , podemos dejar de ser pobres y progresar.

Subir los salarios a los más pobres, bajar el precio a los alimentos, establecer contratos laborales a término indefinido, cobrarles más impuestos a los más ricos… toda ley que medio beneficie a los más pobres es mala para la economía, aumenta la inflación, el desempleo, quiebra empresas, ahuyenta la inversión extranjera, las obliga a irse del país, a sacar su capital… lo único que no es malo para la economía es que un solo fulano sea dueño de 50 grandes empresas, y se embolsille un billón de pesos en ganancias. A eso le llaman justicia social.

La salud, las pensiones, los servicios públicos, todo debe ser manejado y administrado por ellos. Porque sólo ellos son capaces de hacerlo bien, de crear empleo, y de generar bienestar, desarrollo y progreso para el pueblo.

Tan seguros están de que nos hemos tragado enteritos todos estos cuentos, que han tenido la desfachatez y el descaro de plantear como teoría económica el siguiente exabrupto: “lo mejor es que, primero, nosotros nos hinchemos, estemos a reventar de billete, para que ahí sí empecemos a dejar gotear y escurrir algo de riqueza”. Algo así, como “yo solito me como el pan recién horneado, mientras ustedes se pelean por las migajas que caen al suelo, ¿les parece?”. Y en esas estamos, llevamos años esperando a que Jeff Bezos se sacie, a que Elon Musk se sacie, a que sus equivalentes criollos se sacien, pero, por lo visto, falta una eternidad para que eso pase.

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