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La pandemia causada por el coronavirus ha significado un reto para la humanidad entera en distintos aspectos pero especialmente en el social, el económico, el laboral y el familiar.

Aunque las consecuencias son generales, las mujeres particularmente deben enfrentar el problema desde su condición de madres, esposas y trabajadoras sin dejar de mencionar que muchas todavía son hijas que tienen deberes económicos con sus padres.

Ser madre en las circunstancias actuales significa poseer una fortaleza especial para criar y formar hijos en un medio lleno de incertidumbre y temor. Nadie sabe qué va a pasar en el futuro inmediato y por lo tanto no parece razonable trazar planes que puedan terminar siendo vanas ilusiones.

Muchos empresarios y trabajadores están viendo en el presente que sus inversiones y empleos están a punto de desaparecer. Son pocos los que en medio de la crisis marchan adelante con optimismo. Pero una madre no puede ser pesimista ante sus hijos. Debe infundirles confianza y seguridad para que sean valientes y vivan el momento convencidos de contar siempre con el amor de ella y la ayuda de Dios para superar un problema del cual la humanidad sabe cómo empezó pero desconoce cuándo terminará y cuáles serán sus consecuencias en los diferentes ámbitos que lo sufren.

Por eso, una madre debe ser una mujer de fe. Al hablar de fe no me refiero únicamente a quienes dicen “yo creo en Dios y por eso tengo fe”. Esa clase de fe es insuficiente porque cuando se pone a prueba se derrumba. Recuerden la historia del hombre que una noche caminaba por un sendero oscuro mientras caía la nieve. En cierto momento se resbaló y rodó por una pendiente que creyó era un abismo. De pronto sintió unas ramas y se agarró fuertemente de ellas. En ese instante, con mucha fe, dijo: “Dios mío, sálvame” y oyó como respuesta una voz que venía de lo alto que le dijo: “suelta las ramas de las que estás agarrado”. El hombre se quedó pensando en la sugerencia que Dios le hacía y no quedó muy convencido de que soltar las ramas fuera lo mejor. Al día siguiente lo encontraron muerto, congelado, agarrado de unas ramas y con sus pies a diez centímetros del suelo. Este hombre murió porque creía en Dios pero no le creía a Dios.

La fe a la que me refiero es aquella que profesa quien, a pesar de las dificultades, sabe que bajo el amparo de Dios y de la Virgen María saldrá adelante. Esa es la fe de una verdadera madre y yo conozco varias. Lo digo a ciencia cierta porque mi madre, siendo una mujer relativamente joven, quedó viuda con diez hijos. A pesar de su situación no regaló a ninguno, no entregó a nadie en adopción ni se puso a llorar en la calle implorando la caridad pública. En lugar de eso se llenó de fortaleza y trabajó duro para educarnos a todos con esmero. Logró su objetivo a cabalidad porque le entregó a la sociedad personas de bien y con valores cristianos. Murió a los 97 años con la serenidad propia de quien sabe que cumplió su misión en la vida como Dios manda.

Lo que he dicho refiriéndome a las mujeres y especialmente a las madres frente al reto de lo que hasta ahora es una situación incierta que nos tiene a todos sumidos en la incertidumbre, también se aplica a los hombres. El reto del momento es para todos. Pero quienes viven en pareja cuentan con la gracia de tener un complemento. Dos personas que se aman y luchan por una misma causa son lo más parecido a una yunta de bueyes. Ambos avanzan hacia el frente con el peso de la carga repartido entre los dos. De esa manera, marchando unidos, no encontrarán obstáculo que no puedan superar. Por eso, esta es la oportunidad propicia para que se apoyen mutuamente.

No es el momento para pelear ni para disputar supremacías en el hogar, menos para agredir al otro. Estamos en guerra contra un enemigo invisible pero implacable y asesino. Las armas para enfrentarlo, en el ahora, somos nosotros mismos y nuestra disposición para seguir las recomendaciones de los expertos. Por eso cada mañana, cuando se levanten, sepan que se tienen el uno al otro para enfrentar el día y que, juntos, son indestructibles si se apoyan con amor.

El Portal de los Sueños

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PERFIL
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Nací en Barranquilla, Colombia, en 1949. Desde muy niña, a la edad de seis años, descubrí que poseía el don de interpretar los sueños. Al principio supuse que era una facultad natural que poseían todos los seres humanos. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo observé que no era así. Entonces, al llegar a la adolescencia, decidí ocultarlo para evitarme problemas y malos entendidos con quienes suponían que lo mío era un arte adivinatorio. Después de haber educado a mis hijos, de verlos casados e independientes, y ya retirada de mis ocupaciones laborales, consideré que había llegado la hora de desempolvar el don y ponerlo al servicio de los demás.

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2 Comentarios
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  1. pitagorasbolaos

    Mucho bla bla, lo que deben hacer las mujeres es no tener tantos niños, traerlos al mundo para que sufran, así se erradica un poco la pobreza, y la falta de oportunidades en la educación

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