Hay una frase muy cierta y es esa que dice que «uno no es lo que quiere, sino lo que puede ser». Por lo menos en mi caso aplica perfectamente pues desde pequeño, al revisar los álbumes familiares, cuando me quedaba observando las fotos en blanco y negro de mi padre prestando servicio militar en la Armada Nacional, yo soñaba con pertenecer a esa institución. Sin proponérselo él me fue llevando por ese camino contándome historias de los países que visitó cuando fue grumete. Mi vestido de bautizo obviamente fue de marinerito, así que me tuve que ver como una especie de Kiko en la iglesia, pero sin tantos cachetes (hay pruebas fotográficas de eso pero no las voy a mostrar).
(Foto del Sr. Valenzuela en Chile con la Armada Nacional)
En mi casa era todo un plan asistir al desfile del 20 de julio de la época; tengo claro el recuerdo de estar en hombros de mi papá quien me alzaba para que yo pudiera ver pasar soldados, pilotos, carabineros, grumetes y cadetes. Esos últimos, impecablemente vestidos de blanco, pertenecían a la Escuela de cadetes Almirante Padilla de Cartagena. Cuando pasaban frente a mis ojos me emocionaba mucho y aplaudía con gran fervor mientras miraba a mi padre sonreír con cara de satisfacción. Cuando llegamos a casa ese día lo abordé y le dije que eso era lo que quería ser en la vida. Me contestó que no había mucho presupuesto para darnos estudios profesionales, pero que si yo llegaba a pasar, él haría el esfuerzo económico para que yo pudiera cumplir con mi sueño.
(El Sr. Valenzuela en el Mar Pacífico)
Con el transcurrir de los años mis padres se separaron pero la promesa que me había hecho seguía en pie. Entré a un colegio militar y pude empaparme un poco más del desfile del 20 de julio al pertenecer a la brigada 13; hice mi juramento de bandera en el estadio el Campín y cada día reafirmaba aún más mi vocación militar. Cuando me gradué y se llegó el momento de presentarme al dispensario naval en Bogotá para realizar el proceso de selección, sentí que estaba cerca de cumplir el objetivo. Pasé por muchas pruebas médicas, físicas, entrevistas, examen de conocimientos y visita domiciliaria. Muchos se quedaban en el camino por diferentes razones; no eran aptos por algún problema visual, o eran muy enanos (en esa época exigían mínimo 1.70m) o simplemente no pasaban la prueba de conocimientos, que sin mentir era mucho más compleja que el propio ICFES, del cual también había salido bien librado teniendo más del puntaje que exigían.
Pero después de la visita domiciliaria llegaría la primera decepción. Era el último paso para aprobar oficialmente todo el proceso de ingreso. Cuando la psicóloga de la Armada llegaba a la casa averiguaba con los vecinos, tomaba fotos del sector y de la fachada de la vivienda, y hasta esculcaba en los cajones de todas las habitaciones. Y por alguna extraña razón hasta ahí llegaba yo.
Fueron dos intentos más los que hice para ingresar y la historia se repetía cuando llegaba el momento de la visita domiciliaria; hasta en el último año que me podía presentar cambié mis aspiraciones y ya no lo hice para oficial de la escuela de Cartagena. Me presenté para suboficial aspirando a grumete en la escuela A.R.C Barranquilla pero nada, tampoco funcionó y mi sueño como que se ahogaba en ese mismo profundo mar en el que yo anhelaba navegar.
No había derecho a preguntar cual era la razón, no era posible saber el motivo; solo fui un número en un listado final que nunca apareció. Pero yo no quería quedarme con la duda y le dije a mi papá que buscara a alguien conocido que me diera una explicación para poder quedar medio tranquilo. Él como pudo averiguó y después de unos días me comunicó que por el hecho de ser hijo de padres separados me habían rechazado. Obvio su cara de decepción fue mayor que la mía y antes me tocó a mi consolarlo porque se sintió culpable.
Sin embargo, y después de tomar otro rumbo en mi vida, sigo amando profundamente a la Armada Nacional. Cada vez que voy a Cartagena miro desde afuera las instalaciones de su alma mater, voy al muelle para ver si puedo conocer el Buque Escuela Gloria pero lamentablemente no he tenido suerte.
Este 20 de julio volveré a esperar que pasen los nuevos cadetes, esos que sí lograron hacer parte de tan bella institución y los aplaudiré con el mismo fervor que cuando estaba en hombros de mi padre… porque siempre seré «un marino de corazón».
P.D: Que los de la Armada Nacional no me vayan a regañar por utilizar sus fotos, que yo los quiero mucho.
Hombre,vivimos entonces algo similar pues esa era mi meta cuando joven pero en mi caso fueron dos los obstáculos: estatura y dinero!!! La vida me llevaría a desempeñarme en algo muy diferente ( ingeniero de una compañía petrolera) y después de 33 años de trabajo hice mi sueño realidad y ahora tengo un pequeño yate en el cual navego con mi familia y amigos. Soy amante del mar.
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Soy oficial retirado, y hace muchos años esa era una excusa valida, muy importante la consolidacion de la familia, lamento que no hayas podido ser miembro activo, hay otras facetas como la reserva naval, pero igual mas que todo y ciertamente es llevarlo en el corazon!
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No creo mucho esa excusa que le dieron,, para cadete tal vez porque miran mucho el estrato socioeconomico, para grumete ni de fundas, ademas hay que contextualizar eso en el tiempo pues ha habido muchos cambios.
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No creo que esa haya sido la razón.
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Excelente articulo, lo felicito, yo si hice parte de tan prestigiosa institucion y hasta el ultimo dia que hice parte de ella porte con orgullo mi uniforme blanco. BZ
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