Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Es evidente que el Alcalde, en su poco más de un año como burgomaestre, ha logrado polarizar a todo el mundo. Que deberían revocarlo, que no. Que sería buena una destitución, que no. Que lo persiguen políticamente, que la embarra todo el día.

El señor Gustavo Petro está aplicando, tal como lo hacía su antagonista colega político, el expresidente Uribe, un estilo confrontacional, donde todo aquel que se atreva a pensar distinto o a no querer su modelo de ciudad, apoya a las «mafias», hace parte de «carteles» o simplemente «está en contra de la paz y la democracia».

Algunos de los que saben del tema han manifestado un gran temor por ese movimiento de revocatoria que impulsa el congresista Miguel Gómez. Sus argumentos son válidos. Sin embargo, uno se pregunta, ¿hasta qué punto está bien que la ciudad siga en caída para evitar potenciar o victimizar a un político de turno?

No se puede desconocer que algunas medidas del alcalde, que podrían tener tintes populistas, le han funcionado para conquistar bases populares que se manifiestan en las urnas (mínimo vital de agua, reducción de las tarifas de TransMilenio y del aseo). Imponer a los bogotanos el reciclaje es una gran idea, de hecho es necesario, producimos basura como locos. Sin embargo, no es un secreto que la forma que utilizó el alcalde para contratar  eso de los camiones y cómo asumió la pelea, huele feo.

Otros analistas manifiestan que un golpe por parte de las entidades de control no sería beneficioso para el proceso de paz y enviaría un mal mensaje al futuro del país, además de seguir martirizando al alcalde. Entonces me pregunto: si las pruebas son contundentes y los procesos demuestran que se cometieron faltas, ¿estas no deben ser sancionadas por fines políticos?

El argumento del columnista Álvaro Forero en El Espectador donde mencionaba que si se llegara a destituir e inhabilitar a Petro «se abriría una herida política que podría tardar décadas en sanar», no hace más que poner los intereses de la ciudad por debajo de los nacionales. No sé qué tan bueno sea esto al final. ¿Dejar que la ciudad se vuelva nada para no sacrificar una figura que muestra que ‘es posible reinsertarse’ a pesar de los malos resultados? Creo que tenemos un ejemplo de buen gobernante de izquierda y que es reinsertado como Navarro Wolf quien, a diferencia de Petro, ejerció su cargo como alcalde y gobernador, sin ínfulas dictatoriales, por algo se fue de la alcaldía Petro alegando sus «motivos personales».

Acá no se trata de que Petro me gusta o no. Evidentemente, en mi caso, no me gusta. Ojalá su alcaldía fuera buena, pues si a él le va bien, nos va bien a todos. Pero después de haber estado en Cali, donde la mano de Rodrigo Guerrero se nota y la ciudad sale del atolladero, se da uno cuenta que Bogotá, la «Bogotá Humana» va de «c… pa’l estanco». Estos momentos son cruciales. Toca decidir qué es más importante, si una Bogotá en ruinas para evitar «abrir heridas políticas» y «victimizar» a un sujeto, o enderezar el rumbo así esto implique su salida política. ¿Qué hacemos con Petro?

Compartir post