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En Bogotá existen dos etnias: los ricos y los pobres. El Alcalde pareciera haberlo dispuesto así. Las personas ya no son personas, son o ricos o pobres. Punto.

Los primeros son satanizados por el Alcalde y sus áulicos. Por sus twitteros pagos. Por aquellos que, con los impuestos de todos los bogotanos, se escudan en cuentas de redes sociales para salir a generar odio. La política del amor parece no ser tal.

Los pobres, esos que el burgomaestre dice defender, no son humanos para él tampoco, son pobres. Su discurso de inclusión pareciera más un discurso de incendio, de llamado a sentirse oprimidos, no humanos, pobres.

Y su política de inclusión, en la que critica las “castas” que son, según él, los estratos, necesita un villano y un héroe. Hay que acabar los seis estratos. Mejor son dos: ricos y pobres. Y qué mejor villano que “el rico hijue…”.

Llega el alcalde “humano” y hace que el pobre odie al rico, e intenta que el rico odie al pobre. Tiene el distrito unos predios que son de TODOS los bogotanos en sitios de “estrato 6” y ahí, para aleccionar, para mostrar su omnipotencia, decide construir 372 casas para familias de estratos 1 y 2 que han sido víctimas de la violencia. Quería él mostrar que a los ricos les dan “asco” los pobres. Adoctrinar.

Y no pensó tampoco en esos “pobres” el mandatario. No pensó en que por el solo hecho de poner a estas personas que han sufrido a vivir en lugares “divinamente, ala”, les iba a obligar a tener que soportar las largas horas de trancón para llegar a los colegios públicos más cercanos a sus nuevas viviendas (a menos que expropie y declare el Colegio Nueva Granada o al Gimnasio Moderno como institución del Distrito). No le importó que la tienda del barrio es un Carulla donde se debe pagar hasta 4 veces lo que paga una persona en Paloquemao o en una tienda popular. No le importó que el corrientazo más barato cueste 15.000 pesos, y eso. No. Él tenía que mostrar que a la fuerza de su buen saber y parecer la sociedad funciona.

No hay nada más inhumano que forzar a la creación de ghettos. No pensó en eso. El solo discurso inicial hará que cuando lleguen estas PERSONAS a sus nuevas casas, ellos sientan que los otros, los ricos “hijue…” los miran feo.

Y al rico, que también es ciudadano, también trabaja, que con sus impuestos sostiene lo que se le otorga al pobre, se le acusa, se le señala, se le discrimina. Se busca hacer del oprimido un opresor. El odio pulula.

No pensó el alcalde que si hubiera decidido construir en otra parte, vendiendo esos lotes, se podrían hacer muchas más casas para esas familias que, dicho sea de paso, lo merecen. No pensó el alcalde que también perjudicó a los pobres porque a ellos les puso categorías: unos tienen más derechos que otros, dependiendo de si han sido víctimas del conflicto armado, si son LGBT, o cosas así.

Convivir con un desplazado no implica que se deba compartir necesariamente el barrio. Convivir con el desplazado implica que ambas personas se puedan mirar a los ojos y saberse ambos como iguales, como humanos. Convivir con el desplazado requiere que uno lo vea como compañero, empleado o jefe. Convivir con el desplazado requiere, como elemento más importante, que uno le quite ese rótulo.

La propuesta de hacer casas para víctimas del conflicto armado en los sectores más costosos del país es una medida que pretende incendiar los ánimos. Es hacer que esas personas que se han matado para tener una vivienda en un lugar específico vean cómo sus predios se desvalorizan. Es obligar a quien ha sido desplazado de sus tierras deba “desplazarse” todos los días por horas para poder acceder a sus servicios de salud o educación porque en donde quedará su nueva casa, por lo menos cerca, no existen Hospitales de sus EPS ni colegios públicos para sus hijos, y además no hay espacio para hacerlos. Pero lo más triste, es hacer que los bogotanos (o los que lo somos por adopción) no nos unamos sino que nos segreguemos, que seamos de un bando: los ricos (así se sea un simple asalariado con un ingreso por encima de la media) o los pobres.

@riverasoyyo

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