Solo se escucha el ruido del silencio. No se oyen carcajadas, ni gritos, ni música a todo volumen, ni las películas o las quejas porque se acabó el cereal. La nevera, llena. Nadie canta en la ducha. Demasiado espacio. El perro me mira extrañado. Mi vida ha cambiado. Es la nueva realidad en mi casa. Ahora somos lo que llaman en inglés unos “empty nesters”, unos papás solos, con el nido vacío porque los hijos han partido. Crecen. Y en este país, en Estados Unidos, no solo crecen sino que se van. Se van demasiado pronto.
Allá, hace muchos años en Colombia, de primípara en la Universidad Javeriana me tocó quizá aprender la ruta de la buseta y descubrir en dónde quedaban los salones, conocer gente nueva y parecer lo menos despistada posible, pero hasta ahí. Con mis hijas nos ha tocado aprender una realidad muy distinta a la nuestra. La entrada a la universidad aquí implica mucho más de lo que uno imagina. Es en definitivo mucho más que agarrar del closet unas sábanas y empacar una maleta, como supuso el papá en un comienzo. Hay una cantidad de detalles que para nosotros, como extranjeros, son muy diferentes.
La cuestión aquí comienza desde los exámenes necesarios para la admisión, los análisis de las opciones, las visitas a los campus para determinar si hay posibilidad por las notas de ser admitido, si existe compatibilidad con el estilo, el tipo de estudiantes y de enseñanza, además del ambiente que es enteramente diferente en cada plantel, sin contar, claro, con el estrés de aplicar y ser aceptado y obviamente mirar si se puede pagar o hay posibilidad de obtener becas.
Luego de tomar la decisión, los jóvenes deben empezar a planear el traslado. El proceso comienza con buscar el compañero de cuarto para el cual las universidades tienen test de compatibilidad y páginas en redes sociales para encontrar la persona adecuada. Hay normalmente un día determinado para ese trasteo y la planeación de la decoración es bien detallada. Los almacenes tienen secciones dedicadas a “college dorms” y algunos tienen, incluso, días especiales en donde los papás van con sus hijos luciendo con orgullo las camisetas universitarias. Por supuesto el día del traslado es un gran acontecimiento y los padres acuciosos trabajan junto con los muchachos para que los jóvenes se sientan a gusto en su nuevo hogar. Hay algunos que exageran y los cuartos los transforman en suites que parecen más bien ubicadas en un Ritz Carlton más que en una universidad, con alfombras, cortinas, cuadros, plumas y mullidos edredones.
En época de pandemia todo este proceso se vio algo alterado. La mayoría de las instituciones de educación superior ofrecieron la posibilidad de escoger si querían vivir en los predios de la universidad y el tipo de clases que querían tomar, presenciales o en línea. Todas tienen protocolos de seguridad con la intención de prevenir el contagio. Los traslados se hicieron con estrictas reglas y mínimo contacto entre los muchachos y sus nuevos compañeros que, por supuesto, están ansiosos de conocer. Algunos irresponsables buscarán la manera de violar las normas y hacer fiestas que amenazan la salud de todos los demás. Por lo tanto, esto añade otro grado de preocupación para los papás que dejamos a nuestros niños enfrentados ahora no solo a nuevos retos y peligros, sino con este maldito monstruo que nos persigue los pasos.
Esta nueva generación universitaria que vio su último año interrumpido y que no pudieron cerrar su ciclo como “tocaba”. Una generación que tuvo graduaciones virtuales o con distancia y que ahora empieza esta nueva etapa con clases frente a la computadora en su casa o en los campus universitarios que se ven algo fantasmales, más bien vacíos, con tapabocas y pocas oportunidades para participar en clubes y proyectos, de esos que van a moldear su carrera profesional. La mía, mi hija menor, ha decidido vivir en el campus, a nueve horas de la casa, a pesar de las restricciones, porque supone tendrá más opciones si así lo hace. Nosotros la apoyamos. Mucho se ha dicho sobre la resiliencia y la reinvención. Temas trillados en estos días. Nuestros jóvenes saldrán adelante triunfadores.
Los papás tenemos que dejar que esas alas que cuidamos con esmero se extiendan y vuelen. Los principios y valores impartidos serán ahora los que los lleven a tomar decisiones. Los momentos llegan más pronto de lo que uno espera. En medio de una mezcla entre el orgullo por las metas cumplidas y la tristeza, comenzamos esta nueva etapa. No cabe duda que este país y sus instituciones universitarias ofrecen un sin fin de oportunidades. Los rosarios y medallitas de las abuelitas ahora acompañan a esa joven que yo sigo viendo como la chiquita que no se quería quedar en su primer día de kindergarten con Ms. De Moss y que convencí, recuerdo, con una plastilina. Para mí es mi bebé. Ella me mira con sus ojos dulces y me asegura que va a estar bien. Se preocupa por mí. Ahora soy yo la que no la quiere dejar… Ahora soy yo la que necesito la plastilina. Esa es la vida.
Sentirse solos, en esta etapa, llegando a la tercera edad mi esposa y yo, es muy impresionante. Nos acompañamos y estaos de acuerdo en sentimos contentos con haberlas impulsado y ayudado a conseguir sus metas, pero es muy difícil, en el aspecto emotivo, después de haber sido una familia físicamente cercana, saber que ahora pasan muchos años antes de poder volver a verlas en persona. Mis dos hijas se nacionalizaron en un país que queda al otro lado del mundo y no es fácil visitarlas. Menos mal , los medios de comunicación ayudan mucho a sobrellevar estas distancias.
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Interesante titulo del articulo. El Relato para mi concepto, algo sesgado hacia elitismo. Esperaba un enfoque general. Pero bueno, es mi opinión. Finalmente, somos hijos, padres, y si Dios y el destino lo permite abuelos. El curso de la vida en el tiempo es ineludible. Felicidades a todos!
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Genial van creciendo los hijos…pero ahora viene un tiempo Maravilloso …disfrutar un amor perfectamente madurado, en donde cada detalle cuenta…y en esa felicidad cuando los hijos asi sea por raticos ellos tambien seran inmensamente felices.
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Entiendo muy bien lo escrito
en este artículo. Nuestro caso ya paso a mayores, ahora les tocó a los nietos partir para la Universidad. Cero y van 3, pero ahora si nos quedamos sin hijos y sin nietos.
Es la ley de la vida. Sólo le pedimos a Dios que los ayude y los proteja.
No se que nos depare la vejez. Vivimos agradecidos con los Estados Unidos que nos dio oportunidades de estudiar, progresar y sacar los hijos adelante ahora ellos están sacando los suyos por el camino correcto.
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Me impacta cuando cualquier padre o madre, no solo usted, llama «niños» a sus hijos que ya tienen 17 años o más. Dice en su relato que: «Los papás tenemos que dejar que esas alas que cuidamos con esmero se extiendan y vuelen.» Cada que usted llama niña a una joven de 17 años (imagino pues va a entrar a la U) le arranca una pluma y para rematar cuando cree que todavía es su bebé, le corta las alas. Así no vuela nadie, mejor dicho, ningún bebé vuela. Un saludo
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No estoy de acuerdo con su apreciación @Horacio Fernandez. Mi mamá, por ejemplo, nos sigue llamando niños a sus hijos que somos unos viejos. Porque en sus ojos somos sus niños y eso no tiene nada de malo. Hemos volado y bastante. El amor de madre protectora estará presente toda la vida. Pero comprendo que eso para un hombre, es más difícil de entender.
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