Yo creo que sí hay por quien votar. Lo que no hay es que esperar nada bueno de ninguno, porque tal vez el problema radica en ese detalle, es decir, creer que alguno de esos personajes nos va a cambiar la vida. Todos de alguna manera están cortados con la misma tijera, sin ángel pero eso si con sus propios demonios que día de por medio salen a la luz pública. Todos, tarde que temprano, pelarán el cobre, incumplirán lo prometido, a todos les estallará un escándalo, a todos se les caerá un ministro y siempre, siempre, saldrán bien librados porque la política es el arte de saber dar explicaciones.
En medio de la bobería, la pereza y en general el aburrimiento que se le endilgaban a todos los candidatos, sus genios creativos y su batallón de áulicos y estrategas se decidieron por la podredumbre y el hedor como la mejor manera de animar el debate.
Está probado hasta la saciedad que la gran mayoría de nuestros políticos, por no decir que todos, son mañosos, marrulleros, tramposos, acomodados, individualistas, voltearepas, casi, casi, lo que llaman nuestros periodistas el “crimen organizado”. Salir elegido debe ser muy bueno, no cabe la menor duda. No habría otra explicación para esa obsesión mundial por la política y sus triquiñuelas. Porque dejemos una cosa en claro. No se trata de un fenómeno tercermundista. Por el contrario, ese olor inmundo no tiene patria, no tiene nacionalidad, no tiene raza, no tiene edad.
Sus principios siempre dependen de los finales y por eso se escudan en frases hechas como aquellas que dicen que la política es dinámica, o que lo que hoy es, mañana puede no serlo. La ideología de los partidos no existe más allá de la definición en un folleto. Es más, los partidos no existen porque lo que hay es un “rejuntado” de intereses particulares, de negocios por hacer, de componendas que cuadrar, de maquinaria que aceitar. Nuestra política está pensada para beneficiar a unos pocos, para enriquecer a unos pocos, para turnarse el poder unos pocos. Y claro, como en todo, habrá excepciones, pero las prácticas de la mayoría opacarán a esa “inmensa minoría”. Por cada político que emprenda una campaña buena, habrá dos o tres que emprendan una que afecte a la mayoría y otros cuatro o cinco que lo hagan con una intención escondida.
Lo fácil seria no votar o votar en blanco. Opciones respetables ambas. Sin embargo, hacerlo, creo yo, es una forma de decirle a estos tipos ( y tipas para ser inclusivos) que no hay nada que hacer, que estamos dispuestos y resignados a que unos pocos van a decidir por todos y que nos han robado hasta la esperanza. A la larga, una posibilidad, aunque sea pequeña es que el universo se confabule y que alguno de ellos se equivoque y haga algo bueno. Eso es lo que los filósofos llaman fe.
Lo bueno de estas elecciones es que como los raspones de los niños, si no sana hoy, sanará mañana…
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