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Existe un hecho simple: A la misma hora en que usted se levanta con ganas y optimista, alegre y resplandeciente, satisfecho y jubiloso, en algún lugar del planeta hay un hijueputa dispuesto a joderle la existencia. Se disfrazan de porteros de edificio, de cajeros de banco, de hijitos de papi en carro fino, de conductores de taxi o del Sitp, de expresidentes, de operadores de call center que llaman a cobrar, de funcionarios del Estado que hacen poco, de secretarias de EPS que no atienden, y por supuesto, de políticos de todas las pelambres. Gentecita bien con el alma envenenada, porque la mala leche y el negativismo se dan silvestres como las uchuvas y los huecos.

Tomás Moro, el pensador, teólogo, político, humanista y escritor inglés, acuñó el término Utopía para describir el sueño de una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía. Irreal, imposible, quimérico, irrealizable, una esperanza que se derrumba cada día pero que nos alcanza hasta el final de nuestros días. No será algo más que una ilusión, pero es esa tabla vital que nos permite seguir creyendo que lo bueno llegará. Otro inglés, John Stuart Mill, habló en cambio, de Distopía para describir una sociedad hipotética indeseable y antiética, llena de realidades que nadie quiere pero que nos golpean cada día, una vida cotidiana donde lo que pudo ser bueno, termina jugando en nuestra contra, ahorcándonos el cuello y quitándonos el aire.

En Colombia, por supuesto, nos movemos en dos aguas porque por un lado estamos llenos de gente buena y trabajadora, optimista y satisfecha, lo que nos permite ganarnos cada tanto, el título del país más feliz del mundo, mientras que por el otro, se nos rompen las costuras con tanto cafre andando por ahí, robando sin ponerse colorado, lo que nos deja el reguero de niños que se mueren, de obras que se caen, de puentes sin agua por debajo y de sistemas de salud que poco curan. Abusadores, ventajosos, avivatos que creen indispensable dar la primera puñalada, que nunca se extinguen, que nunca se borran, como la rayita de polvo detrás del recogedor cuando barremos.

Nos hacen creer que toda cobija con roto es una ruana, nos bloquean el ingreso, nos demoran el cheque, nos critican sin motivo, nos desean mala suerte, nos roban sin recato, nos joden cada día, porque lo suyo es ser distópico. Los otros, a pesar de los golpes, se levantan y vuelven a creer, se remangan la camisa y se limpian los mocos después de la llorada porque están seguros que todo cambiará. Utópicos les dicen…

Nota final: «No me voy a poner a decir que hubo trampa, eso no va con mi carácter» (Antanas Mockus)  Utópico le dicen, porque le podrá temblar el pulso pero nunca las ideas…

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