La frivolidad es prima hermana de la banalidad y hermana media de la trivialidad y es sin duda alguna la marca indeleble de la cultura que vivimos. Es por ello que no existe diferencia entre lo esencial y lo accidental, entre lo fundamental y lo superfluo.
Lo light va más allá de los yogures y los quesos. Los colombianos somos expertos de un día, diletantes de la nada, sabiondos que nunca nos negamos el derecho de opinar y de decir, de intentar dictar cátedra en materias que desconocemos por completo, porque nuestros argumentos en la mayoría de los casos nadan en la baba y en la liviandad.
Recientemente Omar Rincón, el crítico de medios del diario El Tiempo, hablaba de la crisis del periodismo colombiano. Nombraba la falta de contexto, la polarización, la falta de rigor, como algunos de sus males. Y en todos tiene razón. Incluso se quedó corto. Jesús Martín Barbero, profesor y experto en comunicación y cultura dice que « los medios de comunicación le están haciendo una trampa muy fuerte a la democracia. Con su obsesión por las imágenes y los sondeos, están confundiendo la opinión pública con las reacciones pasionales. Un ejemplo: después de una masacre le preguntan a la gente si quiere la pena de muerte, y la inmensa mayoría dice sí. Los medios no nos están ayudando ni a comprender la ciudad ni a enfrentarla. Nos han acostumbrado a ella, haciéndonos perder el escalofrío. Por eso ya nada nos inmuta, nada nos conmueve «. El ex alcalde Antanas Mockus, piensa que «la estructura de los medios de comunicación maneja un juicio moral en el que se polarizan las personas y no las situaciones. Los medios no reproducen narrativas, hay una baja reflexividad y solamente se lucha por mantener la atención. Hay una miopía traducida en un cortoplacismo”. Para completar, el estudio de la comunicación en la academia pasó de ser una propuesta metodológica y analítica de la realidad que a diario desfila por los medios, a una estrategia de mercado donde lo importante ha sido y es, que más y más personas aprendan el oficio de escribir, de contar, de decir. Año tras año, las universidades vomitan profesionales de la comunicación que irán a engrosar un gran ejercito de desempleados unos, de malos pagos otros y algunos pocos, dedicados a cosechar eso que llaman fama y éxito.
Sin embargo, nada de esto sería problema, si nosotros como sociedad no tragáramos entero, separáramos, como hacen los niños, la carne de la verduras y apartáramos, la mierda de las flores. Al fin y al cabo la información que nos dan los medios responde a unos intereses particulares y por eso no es obligatorio creernos todo lo que dicen porque algo va de la fe a la bobada. Que no todo lo que nos cuentan es verdad es apenas obvio como también lo es el hecho de que no todo es mentira. Sin embargo, a la hora de opinar, los espectadores preferimos la flojera y la vagancia. Somos una especie de eyaculadores precoces a la hora de decir y comentar. Nos interesa poco saber el trasfondo que se mueve, el contexto en el que ocurre, las consecuencias que se vienen y por eso, como decía el maestro Francisco Gil Tovar, estamos mejor informados que formados.
Así las cosas, es fácil que todo nos indigne o todo nos alegre, aunque lo verdaderamente complicado es que nada nos asombre. Nuestro mundo se reduce a lo que pasa en nuestra calle y por eso nos damos en la jeta por Uribe o por Santos, por el Madrid o el Barcelona, por Nairo o por Mariana. Una tragedia tapa la anterior y la indignación por la muerte de una niña acaba cuando James hace un gol.
Los medios pueden decir lo que quieran y en la forma en qué lo quieran, desde las cómodas poltronas husmeando en Internet o comprando videítos de seguridad en las esquinas, pero los espectadores tenemos la obligación de no tragar entero. No podemos quejarnos de tener el colesterol alto y echarle siempre la culpa a la señora que nos vende las morcillas. Que nos sirvan lo que quieran, que ya veremos qué comemos.
A nuestra frivolidad le falta mucha garra porque tal vez lo nuestro no es pereza sino falta de cojones y no es lo mismo una cornada que un cornudo.
Muy buena reflexión y, a veces, incluso los más ponderados, caen en eso mismo.
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