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A mí, en verdad, Duque no me ha defraudado. Ha cumplido todas mis expectativas y no ha hecho nada que no esperara. Es decir, nada. Hijo de un político liberal de mano dura, estudió derecho en la Universidad Sergio Arboleda, por lo que era fácil predecir que terminaría siguiendo los pasos de su padre, paradójicamente de la mano de Juan Manuel Santos. Como es apenas natural, terminó volteándose para volverse un uribista de pura sangre, aunque sin las mañas de muchos de ellos. Sin destacarse mucho en el Congreso, se ganó la confianza del caudillo para acabar ungido como el “que dijera Uribe”.

Lograr poner a Duque de presidente no es un logro menor. Por el contrario, demuestra la habilidad política de Uribe, porque convertir en mandatario a un tipo que no manda, en gobernante a un tipo que no gobierna y en líder a un tipo que no lidera, es algo que no se puede menospreciar. Por eso, para los uribistas, que Duque no se les haya volteado es una bendición. Sin embargo, hoy su nadería, su banalidad, su puerilidad, su trivialidad y su casi insignificancia lo han convertido en la mayor amenaza para que el Centro Democrático continúe en el poder.

Duque ha cumplido todas mis expectativas y no ha hecho nada que no esperara. Es decir, nada.

Decir mucho y hacer poquito parece ser su fórmula. Que coma mucho, que se pinte las canas, que toque guitarra, que se junte con Maluma o que le encante hacer veintiuna, es lo de menos. Lo de más es su evidente desconexión con el país, su autismo político, su alejamiento con la realidad. Si en un municipio pobre ocurre una avalancha se aparece a repartir dulces y a prometer canchas de fútbol. Si asesinan líderes sociales, lo minimiza diciendo que antes mataban más. Si al director de la Policía le aparece una investigación, él lo felicita. Si un embajador la embarra, deja pasar el chaparrón y lo mantiene en el cargo. Si a Néstor Humberto Martínez lo cuestionan, lo pone a sonar como embajador en España o como miembro de una de las tantas comisiones. Si su alter ego en la futilidad, que es Juan Guaidó, se desinfla, él dice que Maduro pronto va a caer. Si su ministro de Hacienda dice cosas que ofenden a la población más necesitada, Duque lo postula como Gerente del Banco de la República. Y así…

Sin embargo, y de a poquitos, ha ido apoderándose de medio Estado al mejor estilo de los solapados del salón, que son los que más joden y los que más sapean cuando llega el profesor. De repeso y a raíz de la pandemia, se comió el cuento que es un gran comunicador y que la mejor forma de darle cariño a su apaleada imagen era tener un programa de televisión diaria. Como si eso no fuera suficiente, ahora anuncian un contrato con RTVC por un valor de $6.382 millones de pesos para administrar los servicios de producción y transmisión de los contenidos audiovisuales del gobierno y del presidente Duque, en los que incluso se contempla una serie de entrevistas con personajes internacionales. En verdad, ¿será que nuestra economía está tan boyante como para gastarse plata en eso? ¿Será que no tenemos problemas graves de desempleo, pobreza o inseguridad? ¿Será que el desafío de la pandemia ya pasó y no tenemos un enorme reto por delante? ¿Será que San Andrés y Chocó no merecen toda la atención? ¿No habrá alguien, un ministro, un asesor, un amigo, un familiar que le diga al oído que él es el presidente y el país requiere que gobierne?

Decir mucho y hacer poquito parece ser su fórmula.

Los que están felices son los candidatos que no son del Centro Democrático, porque entre más la embarre Duque, mejor para ellos, porque el cuento del “que diga Uribe” será mucho más difícil de vender.

En resumen, tenemos un presidente que no tiene rating y mucho menos, sintonía.

 

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