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Todos somos hijos de alguien pero hay algunos que son más hijos que los otros. Esa es la diferencia entre los nadie y los don nadie.

No hay duda que todos los que somos padres queremos lo mejor para nuestros hijos, pero es que hay unos que abusan, porque quieren vivir la vida por ellos o, en el mejor de los casos, allanarles el camino sin importar que para eso tengan que hacer gravilla de los otros. No quieren que sufran, no quieren que suden, no quieren que padezcan, no quieren siquiera que mastiquen y por eso, todo se lo aplauden, todo se lo disculpan, todo se lo celebran, para terminar siendo alcahuetas de bandidos y truhanes, de fantoches y bribones, de rufianes y bellacos, de niñatos que confunden el heliocentrismo con el egocentrismo y que van por la vida haciendo y deshaciendo.

Todos somos hijos de alguien pero hay algunos que son más hijos que los otros.

En países como el nuestro, transferir poderes y prestigio o heredar cargos e influencia no es un ensayo innovador y se viene haciendo desde antes de Colón. Políticos, periodistas, comerciantes, artistas, deportistas, curas, científicos, militares, traquetos, malandros o granujas, todos, han tenido un retoño al cual salvaguardar y proteger. Es nuestra propia historia, porque para ser delfín solamente se necesita ser hijo de un tiburón y por eso estamos llenos de vástagos e hijuelos, de pimpollos y rebrotes que gatearon en tapete, de esos de jardín donde dicen “papitos y mamitas”, que tuvieron nana y guardaespaldas de uñas brillantes y esmaltadas, mesada y acciones en un club, que creen que el mundo les debe y les pertenece por derecho propio y que basta el apellido para convertirse en figuritas del álbum de Panini.

Estamos llenos de vástagos e hijuelos, de pimpollos y rebrotes que gatearon en tapete

Obviamente, toda regla tiene su excepción, porque hasta Dios tuvo su prole. Muchos tienen claro que ser hijo de alguien es apenas un detalle, una circunstancia, un incidente que no obliga a ser un avivato o un avión y por eso se dedican a arar su propia tierra, sin importar las veces que se caigan.

El delfinazgo también tiene su tufillo de clase y arribismo, porque muchos han tenido que cargar con la cruz de ser lo que no quieren o con la fama de malandros de sus padres, pero eso generalmente aplica de clase media para abajo, porque para arriba se maquilla.

En resumen, ser hijo no es fácil, pero hay algunos para los cuales serlo es mucho más fácil que para todos los demás. Los don nadie, que llaman…

 

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