En realidad, el menor de los males que tenemos es padecer a un poco de barrigones anquilosados en el tiempo, que por alguna razón no especificada, se abrogaron el derecho de luchar por los demás, sin que nadie se los hubiera pedido, para hacer de la guerra un gran negocio.
Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, se nos inoculó un virus, tan potente y mortal como el SIDA mismo, con el agravante que no queremos darnos cuenta. Dicen que corre por nuestras venas desde el momento mismo en que un puñado de españoles, lo peor de la ralea, llegó a nuestras tierras, pero para ser sinceros, los hemos superado y de lejos.
Somos un país de tramposos, bribones, pícaros, ladinos y como si fuera poco, de taimados. No hay contratación pública que no se roben, ni presupuesto que no desfalquen. El soborno, el fraude, el engaño son pan de cada día. La trampa cotidiana no tiene color, ni raza, ni edad, ni lugar de origen. Nos ha permeado de tal manera que ya nos penetró hasta los huesos.
Sin embargo, eso que parece insuperable, no termina siendo lo peor, porque como el avestruz, hemos metido la cabeza entre la tierra para pasar de agache y meternos el cuento que el problema es de los otros, sin aceptar que el dolo y el engaño duerme en nuestra cama. Creemos que colarnos en el Transmilenio, robarnos la señal de cable, pagar una mordida para evitar el parte, echarle agua a las naranjas, no hacer nada en el trabajo, copiar en los exámenes, torcer las verdades, comprar música pirata, meter una moneda falsa a los mendigos y hasta fingir los penales, los orgasmos y el dolor, no hacen parte de una misma tragedia. La corrupción la medimos en millones, como si los centavos no contaran.
Los valores se han perdido y los pocos que quedaban en la Bolsa, se los birlaron los niños bien de la alta sociedad. Nuestra moral, tan laxa y genuflexa, ha terminado por convertirse en doble, con cara y con sello, para usarla en el día y en la noche. Tenemos uno de los aparatos judiciales más grandes del mundo y lo que menos tenemos es justicia. Tenemos una constelación de estrellas y sabiondos que repiten las leyes al derecho y al revés y la verdad es que no nos cabe una inmoralidad más. Contralores, procuradores, auditores, concejales, congresistas, ojos vigilantes y catones deberían darnos la tranquilidad de salvaguardar nuestras finanzas, pero en realidad no son más que ratones cuidando el queso.Por lo pronto, estamos condenados y la esperanza, una joya a la que muchos le tienen el ojo encima, dispuestos a robársela.
La gran revolución entonces, seria empezar por lo pequeño, por lo que nos toca a cada uno, iluminar nuestro rincón antes de querer electrificar el mundo. La solución entra por casa, pero por lo pronto hay que cerrar bien las ventanas…
Totalmente de acuerdo. Es una triste realidad,vivimos en una pobreza humana de lo mas absurda, en manos de cuervos rapaces…
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Es toda la verdad escrita, todo el mundo mirando a ver como lo tumba a uno, que falta de valores señores.
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