7. Crónicas de La Candelaria
Para la producción de “Guadalupe años sin cuenta”, la Candelaria recurrió a la técnica de creación colectiva que ya antes había probado en “Nosotros los comunes” y “La ciudad dorada”.
Lo resultados de esas experiencias confirmaron la necesidad de hacer obras originales, aptas para ser presentadas en cualquier escenario del mundo y que alumbraran aspectos oscuros de la historia y la vida de los pueblos latinoamericanos.
Amplio repertorio
En la Casa de la Cultura se ofreció un suculento repertorio de 14 títulos desde su apertura, en junio de 1966 y hasta noviembre de 1968, cuando el teatro se trasladó a una casa propia en el barrio colonial del centro de Bogotá.
De ese período destacan, entre otras piezas, “La manzana” de Jack Gelber, “El matrimonio” de Witold Gombrowicz y la “Historia del zoológico” de Edward Albee, que ya se había presentado en 1964.
En abril de 1967 se mostró una versión de “Macbeth” con la dirección de Enrique Buenaventura, el inolvidable fundador del Teatro Experimental de Cali TEC. Mediante un intercambio, Santiago García hizo lo propio con “La trampa” (escrita por Buenaventura) en la capital vallecaucana.
Meses después, Carlos José Reyes escribió y dirigió una versión de “La metamorfosis” de Kafka, mientras que el escritor Miguel Torres dirigió “Fando y Lis” de Fernando Arrabal, autor emblemático del teatro del absurdo.
En el patio trasero
A comienzos de 1969 se inauguró el Teatro La Candelaria: una vieja casa colonial adquirida con donaciones, aportes personales y préstamos en la que decenas de voluntarios dedicaron entusiastas jornadas a reparar tejados, reconstruir tapias, limpiar canales, encalar paredes y montar la platea en el patio trasero.
Cada vez más gente se atrevió a ir hasta el viejo barrio (entonces, más que ahora, sospechoso de malas conductas) a la presentación de obras de autores tan acreditados como Brecht (“La buena alma de Se-Chuan”), el ya mencionado Arrabal (“El triciclo”, con escenografía de Alejandro Obregón), Alfred Jarry (“Ubú Rey”), junto a piezas menos conocidas como “El cadáver cercado” y el “Parlamento de Ruzante que ayer llegó de la guerra”. Como única obra de autor colombiano se destacó “El Menú”, de Enrique Buenaventura.
Puestos a la tarea de crear un texto teatral para el nuevo proyecto, una veintena de integrantes y colaboradores se dedicó, desde comienzos de 1971, a repasar una historia (mal contada en los libros escolares y escondida en el fondo de las pocas bibliotecas públicas) acerca de una insurrección popular ocurrida casi 2 siglos antes.
La llama se extendió
En la tarea de revisar cuanto archivo, referencia, documento e indicio los integrantes de La Candelaria encontraron, narraciones, coplas, versos y murmullos que mantenían vivos episodios y nombres de la lucha comunera.
Para cubrir los costos de la guerra con Inglaterra, Carlos III ordenó sacar hasta el último centavo a la población de sus dominios. Su delegado en la Nueva Granada, Juan Gutiérrez de Piñeres, aumentó los tributos, alcabalas, pontazgos y sisas e impuso un así llamado “gracioso donativo”.
La reacción popular no se hizo esperar. El Socorro era un enclave manufacturero y comercial conectado con Tunja, Santa Fe, Pamplona y Cartagena por una red de caminos construidos por los indios. Allí, en la plaza de mercado, el 16 de marzo de 1781 ante el gentío congregado para protestar, una vivandera rompió el edicto real.
La sublevación se extendió de inmediato por Mogotes, La Robada, Oiba, Suaita, Charalá, San Gil, Oiba y Vélez con la participación de miles de trabajadores, mujeres y hombres mestizos, mulatos, criollos, negros libertos e indios yariguíes, chitareros, laches, poimas y chalalaes, entre otros. Lo mismo pasó en muchas partes del virreinato del Perú y la Capitanía general de Venezuela.
Personaje invisible
Un intrépido mestizo –hijo de una india guane y un campesino español -, de nombre José Antonio Galán, evadido con rango de cabo, del Regimiento Fuerte de Cartagena y luego de muchos trabajos en su tierra natal se ocupó en organizar las milicias comuneras con ayuda de los guerreros guanes que en Macaregua, en 1541, causaron la muerte de un blanco, lo que sirvió para demostrar que, lejos de ser dioses, los invasores eran mortales comunes y corrientes.
En tan sólo 4 meses, las guerrillas comuneras coparon las vías que comunicaban la capital virreinal con el resto del territorio neogradino. Armaron focos de resistencia en los valles del Magdalena medio, en los Llanos Orientales y bajaron hasta Neiva con José Antonio Galán al mando.
Aterrorizadas ante la inminente llegada de las tropas subversivas a Santa Fe, las jerarquías suscribieron un pacto con un sector rebelde pero que Galán y su gente no aceptaron. Como era de esperar, las autoridades traicionaron de manera infame las llamadas «capitulaciones de Zipaquirá» y, en cambio, dieron paso a una feroz persecución contra los comuneros reacios a la entrega.
Miren y recuerden
A escasos tres días de cumplirse los siete meses del levantamiento en el Socorro, cuando se dirigía al municipio de Soatá a recoger un grupo de campesinos que se sumaba a la rebelión, el 13 de octubre de 1781, Galán y varios compañeros fueron apresados por una patrulla al mando de un comerciante criollo que se pasó al lado de los realistas.
Con 21 compañeros más, José Antonio Galán fue remitido a la capital para ser juzgado sumariamente y condenado a morir en la horca. Lo mismo pasó con sus camaradas Lorenzo Alcantuz, Manuel Ortíz e Isidro Molina.
Como el verdugo designado alegó impericia para la horrenda tarea, un piquete de reclutas los ejecutó a tiros de arcabuz el 30 de enero de 1782, sin derecho a presentar recurso, apelación, reclamo ni súplica alguna.
Cuando termina el canto final de “Nosotros los comunes” el público, gente de la región atraída por la novedad, queda mudo. Nadie aplaude. Pero todos, los que tuvieron fortuna de encontrar taburete y los que parecían merodear por la enramada de palma esa noche del 1 de marzo de 1972, se dirigen hacia el escenario. Mujeres, niños y hombres rodean al elenco. Miran. Y recuerdan…
“Aquí están las entrañas de viejos luchadores
a pesar de sus luchas
Esta noche larga no se ha acabado aún y tú lo sabes
…y sabes que las batallas las daremos
contigo o contra ti.
Y que ganaremos
Decídete, entonces y pelea.
No huyas.
Decídete y pelea.
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