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Odio  los profesores

Ese día, llegué como ¡quién es ese tal Fandiño!, porque me dijeron, antes de dar mi primera clase, que el Fandiño ese era terrible. Dispuesto a despellejarlo, desconocí al Fandiño insoportable del que me habían hablado. Por el contrario, encontré un Fandiño bien hablado, intuitivo, crítico, interesante, respetuoso y obediente.

Me dijeron quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Yo creo que, en un descuido, invirtieron los adjetivos, porque no entendía cómo, por ejemplo, de repente los buenos, que se distinguen porque están ubicados en los puestos de adelante, eran los que me daban la razón en todo, mientras los malos, desde atrás, como metidos en el cuento, me decían «profe, qué pena, pero no me queda claro lo de…».

Yo creo que los profesores etiquetan a los estudiantes. Es lo que veo cuando distingo tanta madera en la gente por la que nadie apuesta un peso. Me parece necesario cambiar periódicamente a los profesores, porque la escasa objetividad con la que asumen su empleo perjudica el proceso de aprendizaje de los muchachos. Muchos estudiantes en el colegio sacan malas notas, y en las pruebas de Estado sacan los primeros puestos. Creo que es claro: las pruebas de Estado o el modelo evaluativo de los colegios, alguno de los dos, está mal.

Hablando de pruebas de Estado, estoy de acuerdo con eso de que los preicfes no sirven para nada. Pero eso no me molesta, lo que me molesta es la corrupción en la CNSC y el ICFES, quienes son víctimas de algunos empleados que deberían morirse, porque filtran las pruebas antes de aplicarlas, y las venden a dos millones en los preicfes corruptos. Conozco dos en Bucaramanga (no he dicho nada del Instituto Marco, que conste), donde desarrollan en clases la prueba oficial días antes de presentarla. Esos estudiantes, pues claro, sacan buenos puntajes. En ese caso, entonces, los preicfes sí sirven. La corrupción es un factor determinante en la educación en Colombia.

Otra cosa, yo miro los libros de texto y me parecen tan malos. Santillana, por hablar de un caso específico, es lo más mediocre que hay en el mundo. Lo que no se puede negar, es que la educación, como la salud, es ante todo un negocio. Y parte del negocio lo aprovechan las editoriales, diseñando cartillas malísimas y hasta con errores de redacción y ortografía. Para una planeación de asignatura o de área es necesario y suficiente con los Estándares de calidad diseñados por el MEN, allí está todo, definido por competencias, para eso existen. Santillana también debería morirse.

Hablando de editoriales, hay una especie de control para coronar ventas en los colegios que se maneja “el plan lector”. El plan lector es un libro que se lee en cada curso por periodo, lo que quiere decir que en cada grupo, cada estudiante (compra) lee cuatro libros al año. Los asesores de las editoriales nos visitan en los colegios, nos ofrecen un catálogo con recomendaciones a favor de algunos textos específicos y nos dan tiempo para decidir qué libros vamos a trabajar. La cosa es que hay varias editoriales un poco equis, un poco despistadas, que ofrecen en sus catálogos libros que ¿jum? Así como nunca les pasaría Crepúsculo en un cineforo a mis estudiantes, tampoco leeríamos en clase libros de Santiago Gamboa o de Jorge Franco, por ejemplo. Los asesores de las editoriales le llevan a uno regalos y le ofrecen visitas con los escritores y otros beneficios para que uno ponga a los chinos a leer esas vainas. Y si definitivamente insistes en que tú solo trabajas los clásicos, para que cambies de opinión, te obsequian un celular. Por eso uno ve tanto profe con celular nuevo.

Ahora bien, está demostrado que una de las fallas más destacadas en nuestro sistema educativo tiene que ver con la escasa motivación de parte del docente hacia el estudiante. Los profesores, luego de etiquetar a un estudiante, en lugar de estimularlo diciéndole: «oiga, me gustó mucho esto que dijiste», «esto que escribiste está genial», o «esperaba más de ti en este taller»; les dicen es, preguntándoles, para qué viene usted al colegio. Váyase.

El estudiante, antes de ver «un cucho ese» en el profesor, debe ver a un amigo. El profesor debe demostrar que sabe, debe contarles sus experiencias de vida, sin rodeos, para que en lugar de pereza sientan admiración cuando lo vean llegar. Me dan curiosidad los colegios donde los que son «buenos profesores» lo son en cuanto exigen que los chicos lleven la camisa del uniforme por dentro y las chicas el cabello recogido. Esos colegios, ¿qué?

Yo estoy convencido de que la educación en este país está en crisis, y, sin culpa, claro, creo que la culpa (excluyendo al MEN, que también debería de morirse) es de los profesores. Yo pienso, si uno no quiere ser profesor, pues no sea profesor. Si sus estudiantes no aprenden, profe, la culpa es suya. Sería genial insertarles una USB con 100 gigas de información en la cabeza, y listo el pollo, pero lamentablemente todavía eso no se puede. Transmitir conocimientos variados, de lunes a viernes, a palo seco, es aburrido. El docente debe entender eso y, como consecuencia, su deber es hacer clases divertidas. Por divertidas, no debe entenderse que el profe llegue a payasear. Hay muchas maneras y recursos para hacerles pasar un buen momento a los muchachos en cada clase, mientras se instruyen, sin echar ni cinco de cantaleta. Yo, honestamente, no volvería a hacer ninguna primaria ni ningún bachillerato. ¿Con esos profesores? No.

¿Qué piensa usted de todo esto?

En Twitter @Vuelodeverdad

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