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Ya que andamos en septiembre, cada jueves de este mes procuraré escribir algunas cosas sobre el amor y la amistad. Hoy hablemos de algo de lo que hay detrás de esas de la vida en pareja, casados, arrejuntados (viviendo en pecado, como diría el Procurador), novios, etc.
Yo soy de los pocos primos solteros en mi familia González. El único hombre, para más señas. Mis primos mayores me dicen «uy hermano, no se case, aproveche que está soltero» y ahí voy. Bueno, no es por eso que no me he casado, pero sí les hago caso en disfrutarlo. Mucho.
Y es que no es necesario estar casado para saber que el añorado «arrunchis» o el despertarse sintiendo el perfume de tu media naranja, vienen con aquello que no nos dicen en los cuentos de hadas. Esos cuentos terminan con el consabido «y vivieron felices por siempre» pero no dan detalles. Pues a raíz de eso, la junta de redacción de Marmotazos Inc. se dio a la tarea e hizo trabajo de campo con encuesta incluída.

Fuente: attackofthecute.com

Empecemos por la popular «cucharita». No es tan maravilloso como lo idealizamos. Dormir con ella, de lado, abrazados, tú a su espalda… usualmente te enredas entre su pelo y su pelo se enreda entre tu boca. Claro, tú no quieres incomodarla y como la estás abrazando con ambos brazos, terminas sacando pelo a pelo con la lengua disimuladamente. Ni modos de escupir. Y eso que a veces nos toca olor a sábila, a coco, a girasol… ¡pero eso no siempre pasa!

Bueno, pero no siempre el pelo se entromete, no seamos injustos. Lo que sí pasa siempre es que tan pronto te arrunchas y encuentras esa posición perfecta, cuando respiras profundamente con una sonrisa de placer relajado, en donde ambos cuerpos parecen hechos el uno para el otro… te empieza a picar la maldita nariz. Puerca vida. O el tema del brazo «dormido» que más que dormido está despierto y jodiendo. Empieza a picar, se le va la sangre… y nosotros procurando el bienestar de Dulcinea estamos dispuestos a acercarnos a la gangrena. Así de lindos somos.

 Y lo maluco es que ella te va a decir «Ay, Ramiro, tu nunca te quedas quieto«. ¿Han notado que las mujeres tienen esa particularidad de ser absolutas? Siempre dicen siempre, o nunca. No hay términos medios. Entonces uno siempre se ríe muy duro, o nunca tiene cuidado para manejar, o siempre le coquetea a la cajera. «Juan, ¿siempre te la pasas haciéndole ojitos a la flacucha esa.» Y uno nunca se da cuenta. En serio nunca. Me dijo el esposo de una prima, como parte de la encuesta, que las peleas de moverse terminan en peleas de plata. Siempre (¿?)


Otro deporte extremo es escoger restaurante. Uno todo lindo las invita a comer (luego de un «ya nunca salimos»), y cuando preguntas en dónde le gustaría, te responde:

-No séeee… donde quieras, escoge tú. Cualquier cosa para mí está bien.
-¿Vamos a comer pizza? En la oficina me recomendaron un italiano buenís…
-Ay no, Mario. ¿Otra vez pizza? Siempre vamos a pizza, qué pereza.
Aplica para cine, porque uno SIEMPRE escoge las mismas películas. Pura bala y viejas. Obvioooo, como vivimos en un constante romance con ustedes, usamos el cine para cambiar la rutina. Deberían tomarlo de esa manera, ¿no?

Me contaba el mismo primo, Luis Ignacio, que a veces él se quiere quedar despierto un rato más, así que deja el televisor encendido, ojo, sin-vo-lu-men, para no molestar a su angelito divino mientras duerme. Pero no es sino que agarre el control y cambie para que ella, ternurita celestial, le diga «ay Luis, qué cambiadera tan cansona, tú nunca dejas un sólo canal«. Nunca.


 Algo con lo que siempre me voy a reír es con la salida a compras. Un plan típico es el de ir a comprar botas. Aprendamos algo, caballeros: Las mujeres nunca tendrán la cantidad suficiente de zapatos, botas y botines. Llegas al centro comercial, entras al primer local de botas que ves, ella se las mide y le quedan divinamente. Es que ni mandadas hacer.
-Ay no, no sé, es que esta hebillita me gustaría más en otro material.
-Mi amor, pero si no se te va a ver. Si las vas a usar con jean la vaina esa se tapa.
-Mmmm, no sé. Ven, vamos a otro almacén a ver qué encontramos.
Tras recorrer 16 almacenes repartidos en los 3 pisos del bendito centro comercial, 4 horas después, la criaturita de Dios te dice «Andrés, yo creo que las botas más bonitas fueron esas de la hebillita dorada, ¿te acuerdas?» Ni de riesgo le digas que no te acuerdas, aunque no sea cierto. Simplemente dile que sí y que ella te lleve. En fin… siempre van a escoger las primeras botas que se midieron. No luchen contra eso, es una ley de la naturaleza. Como la gravedad, pero sin guamazo contra el suelo.

Nosotros los hombres no nos fijamos en los detalles, la naturaleza nos diseñó para que nos enfoquemos en el bosque mientras que las mujeres se fijan en los árboles. Es por eso que ellas te describen a la perfección cada textura, color, pliegue… mientras que a nosotros sólo nos importa que la bendita camisa no nos pique en el cuello. Es por eso que no nos acordamos del aniversario, o de esa canción que le dedicamos el día del matrimonio de Camilo y Juanita, los compañeros de oficina de ella que hasta mal le caen a tu esposa. El problema es que siempre habrá un amigo desgraciado que SÍ SE ACUERDA. Maldito. Ese ser es el que nos hace quedar mal. El degenerado ese se acuerda de aquella vez que la blusa tenía una mancha en la manga izquierda y que ella la limpió con soda. Él se acuerda de la canción que estaba sonando en el ascensor el día aquel que ella comió espaguetis en el restaurante de siempre. Deberíamos hacer algo al respecto con ese personaje.

Al final ya uno deja de pelear porque la crema dental la espicharon por la mitad, según dice mi amigo. Digo, mi primo. O porque encuentras tu toalla mojada porque ella la usó para secarse el pelo, o dejó tirados los cucos en la silla de tu habitación. El truco es ese: hay que disfrutar los defectos, llegar a amarlos. No es tan difícil. Nosotros estamos llenos de ellos y nos amamos. ¿O no?

@OmarGamboa


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