«Es que ahora todos los jóvenes lo único que piensan es en irse a estudiar a otro país. Como si aquí no hubiera cómo ni dónde», se quejan algunos padres que ven cómo sus hijos parecen ver más allá de las fronteras que hacia su propio terruño.
¿Qué vas a estudiar?, pregunta uno ahora. Me quiero ir para Francia a aprender cocina, o a Italia, o a Canadá a trabajar, o a Estados Unidos a hacer lo que sea, así sea lavar baños; o a Australia, España, Alemania, Argentina o Chile, le responden.
Y tienen razón. No los padres. Los hijos. ¿Qué están esperando que no se van a disfrutar del mundo, a aprender, a llenarse de conocimientos, de experiencias, de aventuras, pero, eso sí, lo digo yo, con la esperanza de regresar al país para poner en práctica todos esos conocimientos?
Los padres no podemos pensar en el comprensible pero egoísta hecho de querer tenerlos a nuestro lado el mayor tiempo que podamos. Nosotros les tenemos que dar las alas. Y si ya las tienen, les tenemos que enseñar a volar. Pero salir del país, ahora lo pienso, es de una importancia suprema para que podamos entender a nuestra propia patria y a nuestro propio continente.
Empecemos por el hecho de que cuando nos vamos para Europa, por ejemplo, lo primero con lo que nos encontramos es con que nos dicen latinoamericanos. ¡Latinoamericanos! ¿Cuándo estando en Colombia nos hemos sentido verdaderamente latinoamericanos? Nos sentimos colombianos. Pero se nos olvida que hacemos parte, más que de un continente, de una cultura que nos pertenece, que es propia, así seamos colombianos, argentinos, chilenos, venezolanos. Juntos somos Latimoamérica.
Así nos lo enseñaron Silvio Rodríguez, Milanés (Pablo), Violeta Parra, Mercedes Sosa, Nacha Guevara, León Giecco, Piero y hasta Los Prisioneros y los Enanitos Verdes, que nos unieron en esas voces de protesta de una generación que se negaba a aceptar que las botas militares marcaran el ritmo de una falsa democracia.
Somos Latinoamérica. Somos latinoamericanos. Y eso lo deberíamos saber todos. Pero aprendí que eso se entiende mejor cuando estamos fuera de nuestras fronteras. Es como si nos paráramos tan alto, tan alto, que desde allí pudiéramos observar a nuestra Latinoamérica y dentro de ella a nuestro país y cayéramos en cuenta de que somos parte de una cultura, de una tierra que traspasa las fronteras y que nos ubica dentro de ella para orgullo de una unión de naciones.
Entonces, ¡no detengamos a nuestros hijos! Dejemos que vayan a llenarse de la cultura de otras naciones, a respirar otros aires, a aprender costumbres, a comerse al mundo de la manera como quieran hacerlo.
Si hicimos bien la tarea cuando eran chiquillos, sabremos que irán a triunfar, que no les faltará, que se podrán valer por sí mismos, que nos llenarán de orgullo y que regresarán, con nuestra bandera arropando sus hombros, a entregarse a su país, a servirle y a amarlo como jamás pensaron hacerlo, porque hasta eso se aprende cuando se está en el exterior.
Lea además:
La tarde que Iván conquistó el mundo
¿Está seguro de lo que dicen sus hijos?
Comentarios