Enquistada en la sociedad humana desde siempre, su majestad, la burocracia aparece en ocasiones como un mal necesario (¿Cómo si no, se organizaron civilizaciones como la egipcia y la azteca, el imperio romano y el británico, los caldeos y los soviéticos?) pero siempre mal, que devora infinidad de víctimas, su vida, honra o bienes; empezando por sus propios servidores.
Las promesas de la Modernidad le dieron nuevo aliento (de hecho, de aquella nació el término que designa ese afán por controlar todo, paralizar todo y devorar todo lo que vive a su alrededor) y aunque muchos creímos que las Tecnologías de la Información y la Comunicación la reducirían o, al menos, limitarían su poder ominoso debemos admitir que hoy se yergue más sólida que antes.
La Reina Burocracia se mantiene campeona con su corte de papeles, sellos, firmas, requisitos, legajos, respuestas sin respuesta, dilaciones, demandas, sinrazones, condiciones, parágrafos, incisos incisivos aquí y en Cafarnaúm pasando por cuanta Villa Chica, Gran Urbe, Pueblo Virtual o Ciudad Real se le atraviese.
Gracias a la Burocracia lo sencillo se vuelve enigmático y lo posible inverosimil. Sin su intervención sería inexplicable que una sencilla firma demore 7 meses, sí 7 meses en un país que, como España, se precia de estar en la avanzada de la Sociedad Informacional.
Y lo peor (o ¿Lo mejor?) que al cabo no salga la bendita (o ¿Maldita?) autorización solicitada sino la imposición de cláusulas caprichosas que tampoco aseguran la rúbrica (al menos no en los próximos años).
Aunque varios intentos por demostrar sus vínculos de sangre con la Duquesa Corrupción han fracasado por falta de pruebas, su contubernio con la Princesa Hipocresía goza del respaldo incondicional de la Moral y la Costumbre, sus célebres comadres.
Las formas que adopta la burocracia para acomodarse a los tiempos actuales son ingeniosas pero, en el fondo, estúpidas: procuran a todo trance impedir que las cosas fluyan y que la vida se aligere al ritmo que impulsan as circunstancias.
A la burocracia y sus adeptos les importan un comino las personas y sus anhelos. La creatividad les parece un sueño impracticable, todo alivio una trampa y el libre albedrío un territorio enemigo que es preciso cercar con fronteras, guardias, salvoconductos, pasaportes, visados, sellos, etc. Idéntico a como se comporta la Unión Europea con los viajeros sudamericanos pero, muy especialmente, con los colombianos.
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