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Valientes seres humanos,

A pesar de la contradictoria inhumanidad que demuestra el ser humano todos los días a través de incontables actos que atentan contra todo tipo de vida en nuestro planeta, es bueno recordar y comprender que, incluso los más negativos y pesimistas, aquellos que se expresan en contra del ser humano asegurando que este es un monstruo y que no tiene futuro alguno, no han dejado de confiar en él.

Seguimos teniendo cierta fe en el ser humano, en su racionalidad, en sus intenciones de conservar la vida y de cumplir diariamente con sus funciones para convivir pacíficamente en sociedad; si esto no fuera así, si no tuviéramos un mínimo de confianza en que el otro está allí para convivir pacíficamente con nosotros, sería imposible llevar a cabo todo aquello, lo más simple, que vemos día a día.

El hecho de salir a la calle y montarse en un carro o en un bus implica una enorme confianza en que todos aquellos que van manejando otros carros y buses van a hacerlo de manera racional y consciente, por el carril correcto, siguiendo un destino determinado, intentando utilizar bien el espacio sin irse en contra de ninguna persona u objeto.

Si no nos restara un mínimo de fe en el ser humano, la tarea de salir a la calle a enfrentarnos con seres monstruosos que podrían olvidarse de los frenos y pisar a fondo el acelerador en nuestra dirección, entre muchos otros actos dignos de quien no es capaz o no desea convivir pacíficamente con los demás, resultaría sencillamente imposible y solo conduciría a uno de dos caminos: la locura o el dejar de vivir.

Ese mínimo de fe que aún nos queda a todos, incluso a esos más negativos que dicen no creer en que el ser humano pueda ser bueno, es a lo que debemos aferrarnos para que esos que efectivamente se han convertido en monstruos siempre sean una minoría y para que nuestras acciones den cuenta de la verdadera esencia del hombre, de su humanidad.

Cada ser humano es dueño de la responsabilidad de construir la fe del otro y de no dejarla morir; si yo me encuentro en la calle con alguien en quien esa fe pende de un hilo y no hago algo para demostrarle que también soy un ser humano -cómplice- que entiende su debilidad y su condición humana, y que estoy dispuesta a ayudarlo así sea por compasión -que es también parte de esa esencia-, estaré permitiendo que la confianza de alguien como yo -que podría incluso ser yo- se desvanezca conduciendo a ese alguien a uno de los dos caminos mencionados anteriormente.

Quiero decir que si me encuentro a una persona que necesita ayuda, debo ayudarla o, mínimamente, mostrarle mi interés en saber qué le pasa y ofrecerle esa ayuda que puede ser su salvación; que si me topo con un ser humano que se siente perdido, debo hacerle saber que yo también he estado perdido y que se trata de algo inherente a nuestra condición pensante.

Eso es para quien aún desee creer en el futuro del ser humano y en la posibilidad de convivir en paz.

Seres humanos, recuerden esto en ese momento del día en el que se encuentren con la mirada de otro.

www.catalinafrancor.com

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